País Vasco

Falta mucho para el final del drama

Esto parece una novela por entregas. Pero se trata de un drama que dura ya medio siglo, con mucha sangre derramada. Nadie podía esperar que el desenlace ocurriera repentinamente, de la noche a la mañana. Quedan demasiadas cuentas pendientes y no pocas incertidumbres todavía. Pero desde el anuncio público por parte de ETA del cese de la violencia el 20 de octubre de 2011 han pasado casi dos años y medio. Demasiado tiempo, en todo caso. Y en este tiempo han ocurrido muchas cosas: Sortu, la marca blanca de ETA, ha aceptado la legalidad y domina importantes parcelas de poder en Euskadi, y muchos históricos de la organización terrorista, a los que se les había aplicado la «doctrina Parot», han abandonado tranquilamente la cárcel antes de lo esperado. En este tiempo ha habido varios anuncios que han despertado tanta expectación como frustración. Hace tiempo que defraudaron y ya no se esperan con emoción. La última entrega de este serial sucedió ayer, a cargo de la autodenominada Comisión Internacional de Verificación, asegurando que la organización terrorista ha puesto fuera de uso una cantidad detallada de armas, lo que, a su juicio, es creíble y significativo. La interpretación general es que eso está bien, pero que no deja de ser un juego de artimañas para mantener en punto muerto el «conflicto» en busca de una salida ventajosa.

Eso sí, demuestra seguramente que la vuelta a las armas es cada día más más inverosímil, lo que no deja de ser un alivio, pero el verdadero desenlace será el día en que los fugitivos de la banda –sus cuatro dirigentes actuales, bien contados, y la quincena de miembros operativos– entreguen las armas con las manos en alto, sin condiciones, reconozcan públicamente el daño causado y pidan perdón a las víctimas. Pero eso no están en condiciones de pregonarlo los de la CIV, que siguen invitando, desde su equidistancia sospechosa y sus buenas dietas, a dar nuevos pasos a los «actores implicados». ¿Por qué este lento proceso hacia el ineludible desenlace? ¿Qué pretenden los estrategas de ETA y sus asesores externos? Pues parece claro. En la hoja de ruta del final de ETA figura, en lugar destacado, activar la política penitenciaria. Es decir, forzar el debate sobre la suerte de los presos, incendiando la calle si es preciso, negociar un trato de favor para los últimos fugitivos de la organización, forzar la amnistía y, como colofón político, que sería su trofeo y recompensa, exigir la salida del País Vasco de la Policía y de la Guardia Civil.

Sobre estas bases quieren establecer el trato. Paz por presos sería el eslogan simplificado. El Gobierno de Rajoy, que mantiene buenas relaciones con el lendakari Urkullu, no quiere precipitarse. Huye, como el gato escaldado huye del agua fria, y hace bien, de caer en la tentación de repetir errores del pasado entrando en una endemoniada política de gestos continuos. Y, mucho menos, abrir un proceso de negociaciones, ni siquiera subterráneas o indirectas. Si acaso, espera que el PNV presione a Bildu para que ETA se deje de zarandajas y de marear la perdiz y dé el paso definitivo. Ésta sería la señal para la completa normalización política de Euskadi. La desconfianza de las víctimas y su dolor remansado durante tanto tiempo tardarán al menos una generación en superarse. Son los tremendos, demoledores efectos del largo y cruento drama, que los arreglos políticos no pueden contener.