Atlético de Madrid

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La Razón
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Eliminado prematuramente de la Champions, un gol de rebote y otro de regalo alejan al Atlético de la Copa, objetivo alternativo, más que un trofeo de consolación cuando ya no se puede optar ni al Gordo ni al segundo de la temporada, la Liga, dominada por el Bar-ça. Marcar por lo menos dos goles en el Sánchez Pizjuán es condición indispensable para continuar en la pelea. La leve mejoría del Sevilla, exhibida con fortuna en el Metropolitano, dificulta aún más la empresa. El fútbol es así.

Simeone alineaba a los dos refuerzos que la sanción de la FIFA congeló. Diego Costa y Vitolo, en el once. El primero muerde, al segundo no le han salido los dientes. El segundo, acaso acogotado por jugar contra el equipo del que salió con la cláusula de rescisión, no compareció tras el descanso; el primero siguió luchando, incordiando, rematando. Barba cerrada y cuidada; corte de pelo tradicional, raya a la derecha. Cara de pocos amigos que de cuando en cuando esboza una sonrisa condescendiente. Diego Costa, un futbolista con fama de provocador y buscapleitos que no completó el segundo partido con la zamarra rojiblanca. Le expulsaron después de marcar un gol al Getafe. Los árbitros, con o sin razón, no le pasan una. Jaime Latre le anuló un tanto y podía haber pitado penalti. Vio un agarrón de Griezmann a Corchia en el área, pero no el de Mercado al hispanobrasileño. Luego, con 1-1, pasó por alto otro penalti de Mercado al Correa rojiblanco. La suerte influye, y la del Atleti en este partido fue muy mala.

Los jueces saben la matrícula de Costa. Es rebelde, un Leroy Johnson; la fama que a él le precede al bailarín le lanzó a la ídem en aquella inolvidable película de Alan Parker. También es famoso el Atlético por sus derrapes –uno frente al Chelsea, dos contra el Qarabag, éste con el Sevilla–. Y Diego, luchador, goleador, no lo merece. Eso sí, siempre le quedará la Roja.