Alfonso Merlos
Fariseísmo y oscurantismo
Una cosa es predicar y otra, dar trigo. El PSOE tiene un problema serio. Está en su ADN. Está en la historia más reciente de la democracia española. Y su jefe de filas, el señor Rubalcaba, lo conoce a la perfección. Se llama opacidad, doble rasero y titubeos o trampas de casi toda índole cuando de lo que se trata es, simplemente, de darle explicaciones a los españoles sobre los sitios de los que saca el dinero y los lugares en los que lo gasta.
No cabe la menor duda de que el asesor fiscal del genio de Solares es un tipo lento, o puntilloso en el escrutinio de los números que pone al servicio de Hacienda. Y ahí están los ciudadanos, esperando a que ponga el huevo. Pero más grave es lo de su partido. Después del escándalo de la Fundación Ideas, después de la que se ha liado con los chanchullos o algo más del tesorero Cornide, en un momento en el que no hay compatriota que no exija que nuestros políticos tengan los bolsillos de cristal, aparece un partido que se jacta de representar a casi diez millones de votantes manteniendo el silencio administrativo sobre sus dineros.
Intolerable. Incongruente. Lamentable. Insultante. Como acaba de quedar patente en algunas de las líneas-fuerza del muy pertinente manifiesto contra la corrupción que está promoviendo LA RAZÓN, es esencial que nuestros representantes tengan en cuenta que somos sus jefes, que somos quienes no tenemos escaño –la inmensísima mayoría– aquellos a los que deben rendir cuentas. Es así.
En España no hay sitio ya para el fraude, ni para los juegos de manos. No debe. O los socialistas se retratan o quedarán retratados. Todo el que no lucha por la transparencia es cómplice de la antidemocrática falta de transparencia. Y no puede quedar impune. ¿Se entiende?
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