Alfonso Ussía
Feísimas
Los chinos han fabricado las urnas, por llamarlas de algún modo. Son feísimas. Pequeños contenedores de basura a cinco euros la pieza. Sólo una ranura. Se han olvidado los organizadores del receptáculo para acumular los billetes de Mas y de Homs. Por una ranura la papeleta del voto y por la otra el billete solidario. Cuidado con los observadores internacionales. Muchos de ellos presentan aspecto de discutible honestidad. Gordillo y algunos etarras entre ellos. No Gordillo, el gran futbolista de la Selección, el Betis y el Real Madrid, sino Sánchez Gordillo, el de Marinaleda. Inés Arrimadas ha acertado definiendo a Mas: «Se cree el Nelson Mandela de la Costa Brava». De vuelta a las urnas. Son horrorosas. Se parecen a unos bidés móviles que instalaron en un hotel de Ponferrada. Tip organizó la carrera. El primer Campeonato del mundo de bidés. Ganó el certamen con holgura. Yo quedé el segundo, tercero Antonio Ozores, el cuarto –a mucha distancia–, Antonio Mingote, el quinto Chumy Chúmez y el último –por descalificación al adelantarse en la salida–, José Luis Coll.
Aquellos bidés eran muy parecidos a las urnas de Puigdemont, y le podrían ser de gran utilidad a los que vayan a ingresar en prisión, que de haber Justicia en España, serán bastantes. Las que sobren para la trena, porque he creído ver su condición de multiusos y cuentan con un artilugio para conectarlo a las tuberías de agua carcelaria.
El viernes, Junqueras anticipó el resultado. Están montando un lío tremendo y ya saben los resultados. El 60% de los catalanes votará, y el 80% de los votos serán positivos. En vista de ello, me pregunto por qué se arriesgan y ponen en peligro sus patrimonios y los de sus colaboradores si ya conocen los datos del llamado refrendo. Excesiva sagacidad. Me recuerda a la del periodista encargado de los Sucesos del Ideal de Granada cuando informó a los lectores de la aparición de un cadáver sospechoso. Que así era el titular: «Cadáver Sospechoso». Y redactó: «El cadáver, por no ir documentado, no se pudo identificar, pero por su aspecto podría ser el de un hombre de 47 años, llamado Manuel Ramón y natural de Pinos Puente». Eso es adelantarse a los acontecimientos y no lo de Junqueras.
De vuelta con las urnas. Recordarán muchos lectores el modelo de coche «Twingo». Era un coche extraño, muy colorido, feo a rabiar. Se decía que lo más feo que se podía ver en Madrid era un «twingo» color morado, conducido por el futbolista Prosinecky y de copiloto Rossy de Palma. Bueno, pues al lado de las urnas chinas de Puigdemont, ese «Twingo» recordaría la elegancia del Taj Majal, que tampoco es para tirar cohetes. «Viajar es decepcionarse», que escribió Chesterton. Uno se gasta el dinero y viaja a la India para asombrarse con el Taj Majal, llega al Taj Majal, y ni chicha ni limoná. Como las urnas, que son simultáneamente urnas, basureros, bidés y recipientes para guardar ropas, juguetes o los regalos feos de boda. Muy útiles. Y en Cataluña, la utilidad es un valor sagrado.
Esta revolución, este golpe de Estado, rompe moldes con la Historia de las revoluciones. No hay clase obrera. Pijos y pijas, estudiantes con ganas de pernocta en colegio electoral y las tibias media y alta burguesía catalana. Hay hasta condes en el organigrama revolucionario. Y ahora han aparecido algunos tractores. Detrás de la alta burguesía, el pijerío, los estudiantes, las respetables ancianas con la estrellada y el conde, están los de las CUP, que esos sí son peligrosos. Ellos y sus amigos, los de Podemos, los etarras, los violentos importados y los charnegos que odian a Cataluña. Se trata, como poco, de una revolución muy rara. Cuando empiecen a llegar las multas y las sanciones económicas vendrán los disgustos, porque Roures no tiene dinero para pagar las multas de todos, y si lo tuviera, tampoco lo haría, que ya se sabe cómo es Roures.
Lo que sucede en Cataluña me recuerda al arranque de la novela de Stephen Leackok «La joven del Ferrocarril». Principia de esta guisa. «No era alta ni baja, pero tampoco mediana. Ni guapa ni fea, lo cual en aquellos momentos apenas me importó. Se sentó frente a mí en el mismo compartimento, pero no me interesó estudiar sus gestos ni sus movimientos. Era la única mujer entre cinco hombres. Cuando el tren se disponía a salir, se incorporó, tomó su equipaje y se dirigió a la puerta con el fin de abandonar el tren. Acudí solícito en su ayuda, porque su maleta parecía pesar en exceso. Ella no consintió la ayuda, me miró con furia, me arreó una bofetada, y cuando descendía del tren me llamó ‘‘maricón’’. Reconozco que me dejó confuso su proceder».
A ver qué hacemos el lunes con las urnas. Alguna idea he aportado. Que dios reparta suerte.
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