César Lumbreras

Felices uvas

La Razón
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Quedan pocas horas para tomar las doce uvas, justo cuando suenen las doce campanadas con las que se despide a 2017 y damos la bienvenida a 2018. Se trata de una tradición que se generalizó hace casi 110 años, en 1909, para dar salida a la importante cosecha de uva que hubo en Alicante, aunque en algunos segmentos de la población ya se practicaba esta costumbre con antelación. La zona más conocida de producción de uvas para estas fechas es el Valle del Vinalopó, en la citada provincia, aunque ahora llegan también de otros países. En los últimos años, y en aras de la comodidad de los consumidores, los racimos de toda la vida han dado paso a nuevas presentaciones en latas, como si fuesen una conserva, en cestitas de mimbre o de porcelana, para los más sofisticados, o en copas o bolsas de plástico. Además, para evitar problemas al tragar, ya hace un tiempo que se pueden adquirir las uvas sin semillas, con la piel más fina o, incluso, peladas. Bienvenidos sean estos avances, siempre y cuando se mantenga la esencia, que es el sabor. En esta fruta parece que, de momento, y toquemos madera, no se da ese problema de la pérdida de sabor, que sí se registra en otras como el fresón o los melocotones, por poner tan solo dos ejemplos. Eso por no citar el más conocido del tomate, con quejas generalizadas de que no sabe, que se podrían hacer extensivas al pepino y a otras hortalizas. En estos productos y en otros muchos los avances han favorecido a la presentación, a su duración para que aguanten largos periodos de transporte hasta países lejanos, pero todo ello ha ido en detrimento del sabor. Ahora parece que las investigaciones se orientan a la recuperación de los sabores tradicionales, algo que se había dejado de lado. Esperemos que las uvas no se incorporen a esa larga lista de productos que han perdido parte o todo su sabor característico. ¡Felices doce uvas con sabor y próspero 2018!