Alfonso Ussía

Feudalismo reducido

El «café para todos» de Clavero Arévalo convirtió a España en un Estado feudal, más que autonómico. Se temía la singularidad de vascos y catalanes, si bien unos y otros fueron españoles en el mismo tiempo y origen que castellanos y andaluces. El invento ha quebrado. Si no es posible por las resistencias de determinados partidos políticos que no quieren ceder sus canonjías feudales, bueno sería intentar reducir los territorios autonómicos para evitar la ruina de todos los españoles. Tan sólo dos autonomías uniprovinciales tienen razón de ser históricamente. Navarra y Asturias. Ceuta y Melilla se sumarían a las ocho provincias andaluzas. Madrid mantendría su diferencia como marco de la capitalidad del Reino. En la añorada Castilla la Vieja estaban presentes Cantabria y La Rioja. Nada les afectaría, más bien lo contrario, que recuperaran su lugar en Castilla-León. Y sería tan razonable como benéfico reunir en una misma Castilla a la Vieja y a la Nueva, hoy denominada Castilla-La Mancha. Un territorio, el castellano, que comprendería a Valladolid, León, Salamanca, Zamora, Palencia, Ávila, Segovia, Burgos, Soria, Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Albacete. Murcia, con sus singularidades, se uniría a Castellón, Valencia y Alicante. No se adelantaría en exceso, pero se reducirían los reinos feudales de manera considerable. Galicia, Asturias, País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia-Murcia, Castilla, Madrid, Extremadura, Andalucía, Baleares y Canarias. Trece autonomías. Mal número para los supersticiosos y bueno para el conjunto de los españoles. Paseamos al borde de la locura. Cuando los diputados de León, en tiempos de la transición, propugnaron la separación de León y de Castilla, un parlamentario de UCD segoviano, Modesto Fraile, insinuó la posibilidad de convertir a Segovia en una autonomía uniprovincial. Me lo dijo en el Congreso, con Eugenio Suárez de testigo: «Si Cantabria y La Rioja lo son ¿por qué no Segovia?». Más aún. Si La Montaña de Cantabria, el mar de Castilla, decidiera rehúsar a su viejo lugar en la administración territorial, históricamente no supondría un desacato la fusión Asturias-Cantabria. Ahí están las Asturias de Santillana para quien desea detenerse en el estudio de nuestra Historia común. También quiso ser autonomía uniprovincial El Bierzo, la gran comarca minera leonesa. No me atrevo a insinuar que nos ahorraríamos un territorio feudal si los catalanes aceptaran formar parte de un reunido Reino de Aragón con el Principado de Cataluña y de Gerona y el Condado de Barcelona como pruebas inequívocas. Me pueden correr a gorrazos muchos catalanes, hoy desviados de su trasanteayer, su anteayer, su ayer y su hoy, así como algunos aragoneses, que por su bravo patriotismo poco quieren saber de uniones con sus compatriotas vecinos. Compatriotas españoles, deseo aclarar.

España no puede permitirse el lujo de mantener diecisiete administraciones y parlamentos locales. Tampoco doce o trece, pero el primer paso del ahorro es siempre conveniente. Tenemos los españoles la obligación de dar de lado aldeanismos pueblerinos y trifulcas o recelos de campanario. Ahí está El Escorial, dividido entre San Lorenzo y El Escorial por los jardines del monasterio. ¿Cuántos municipios de España mantienen su incomprensible singularidad? Al menos, dos tercios de los actualmente existentes sobreviven angustiosamente por empecinarse a existir en soledad. La animadversión vecinal, la enemistad de generaciones por un simple pleito de límites de tierras.

Si España tiene que ser feudal, que lo sea. Pero si fuera un poco menos nos vendría bien a todos.