Lucas Haurie

FIFA es más que ONU

Igual que Nixon en su día con el ping-pong o Samaranch cuando en lo más crudo de la Guerra Fría regaló unos Juegos Olímpicos a los halcones del PCUS, Brezhnev y Gromiko en vanguardia, la FIFA se ha anticipado al mundo que viene. Antes de las películas de exaltación nazi de Leni Riefenstahl (1936), fue Mussolini quien instrumentalizó políticamente un gran acontecimiento deportivo: «Vincere o morire», ordenó a los chicos de Vittorio Pozzo en las vísperas del Mundial Italia '34. El fútbol, y similares, es una de las grandes armas diplomáticas de la posmodernidad y ahí están las designaciones de las sedes de los próximos mundiales: Brasil, Rusia y Qatar. La potencia emergente por antonomasia, el gran oso euroasiático que vuelve a despertar y los mahometanos más presentables no han escatimado medios para seducir a los electores de Blatter, cuyas decisiones siempre se toman bajo la sombra del soborno. Da igual: la organización de la Copa del Mundo es una patente de respetabilidad.

Angela Merkel presenció en Brasil dos partidos de Alemania, el debut y la final. En el primer viaje, padeció un plantón de Dilma Rouseff, que suspendió a última hora y con febles alegaciones de cansancio una cumbre bilateral fijada desde hacía meses. El pasado domingo, la conversación entre presidenta y canciller se ciñó a lo estrictamente protocolario. ¿Seguía escocida por el 1-7? Tal vez. Al día siguiente, la brasileña no dudó en anunciar mano a mano con Putin la creación de una gran institución financiera pública multinacional mediante la que pretende atraer regímenes gamberros a su órbita: la presidenta Kirchner, agobiada por la deuda externa, no cabía en sí de gozo pese al disgusto que se llevó con el gol de Götze. El capital del Nuevo Banco de Desarrollo procede de las cinco naciones BRICS... cuatro de ellas habrán organizado un gran evento deportivo en la década que va de 2008 a 2018. ¿Para cuándo unos JJOO en Bombay?