Martín Prieto

Fin de raza

La Razón
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Emilio Botín mantenía en la mesita de luz de sus dormitorios un ejemplar de «El arte de la guerra» del general chino Sun Tzu, en el V antes de Cristo. Salvando las distancias también repaso antes del sueño alguno de sus pasajes porque antes que un tratado militar Tzu propone un magisterio de costumbres que recomienda, por ejemplo, «no presiones a un adversario desesperado». Texto útil para desbravar los entreveros de la vida con sabiduría y dignidad. A José Ángel Sánchez Asiaín le hemos despedido como banquero cuando fue bastante más: un fin de raza intelectual, desconocido para las generaciones que hoy aspiran al mando y hasta minusvalorado por quienes fueron sus pares aunque sólo llegaron a comparsas. En este tercio del siglo calificar a alguien de buena persona es sinónimo de apocado, débil incapaz de infligir dolor en provecho propio, inocentón o flojo de mollera en territorio de avivados sin talento. Podía regalarte una impagable tarde demorada en su despacho siempre empujándote hacia el conocimiento como aval de la existencia. Como catedrático de Derecho y Hacienda Pública y su primigenio trabajo en el Banco de Bilbao sabía de Banca, por supuesto; de la española, la vaticana y de la Rusia postsoviética; siempre se adelantó a los acontecimientos, y por ello le recordamos como introductor en España de las tarjetas de crédito cuando nuestro sistema financiero las creía incontrolables, o adalid de las fusiones bancarias en un escenario satisfecho de enanos arrogantes. Pero sabía más del Museo del Prado, de las finanzas de la guerra civil o del genoma humano que de las variables del euríbor.

Pudoroso, no ha dejado memorias, aduciendo que bastaba con lo hecho, y no faltó quien le reprochara haber sido escuchado por Felipe González o ser el primer banquero que concedió créditos al Partido Comunista. Insustituible, también leyó a Tzu pero en su cabecera estaba «Alicia en el país de las maravillas» del clérigo, matemático y pedófilo platónico de niñas Lewis Carrol, obra que se desdobla en múltiples interpretaciones a cada relectura en una partida sideral de ajedrez.

Mientras sus coetáneos acumulaban información como fortaleza de poder, Asiaín buscó el conocimiento y su transmisión a los demás, como el conejo blanco de la insólita narración. Banquero sin damnificados se recluyó en su excelencia observando esta emergente nata social arribista, ignorante y hortera. Se ha ido en un cambio de año como Alicia a través del espejo.