Lucas Haurie

Fin de (un capítulo) la Historia

A Francis Fukuyama lo rebatió en su bobalicón optimismo un atinado artículo (1993) de Samuel Huntington, en el que este preclaro seguidor de Toynbee advertía que lejos de terminar, la Historia se reavivaría fieramente a no mucho tardar con un «shock entre civilizaciones». Apenas una década después del desmembramiento de la Unión Soviética, Al Qaeda le daba la razón estrellando dos aviones contra el World Trade Center neoyorquino. La barbarie insondable del Estado Islámico, que mediante la proclamación del califato mostró su voluntad hegemónica, ha puesto por fin a los Estados Unidos delante del foco del problema. El pelotón de Spengler que impida «La decadencia de Occidente» vendrá, otra vez, del otro lado del Océano. Para que esta vieja puta llamada Europa pueda seguir dando lecciones morales, morirán lejos de su casa veinteañeros de Nebraska o hijos de espaldas mojadas ansiosos por hacerse un sitio en una nueva patria. La sangre americana erradicó la peste parda en 1945, derribó los muros alzados por la peste roja en el 89 y detendrá, con la ayuda de Israel y los petrodólares de unos jeques deseosos de mantener sus privilegios, el criminal avance de la peste verde.

Para centrarse en la tarea, que requiere atención plena, era necesario cerrar para siempre el capítulo del comunismo. El epílogo lo ha escrito el Departamento de Estado en esta semana gloriosa liquidando a los dos últimos regímenes sobrevivientes de la Guerra Fría. La desactivación de Rusia, que había vuelto a erigirse en la madrina de todos los gamberros latinoamericanos, anunciaba la inminente rendición de Cuba. Por supuesto, los jerarcas del partido único no serán pasados por la quilla como pretende la rama dura del exilio en Florida. La transición será en primer lugar hacia la economía de mercado; para empezar, porque la quiebra de Venezuela condena a la isla a la indigencia con carácter inmediato. Después, se hablará de apertura política y en último término, de libertades individuales. Este parsimonioso calendario es un trágala dramático para las víctimas del castrismo, pero La Habana, como el París el Enrique de Navarra, bien vale una renuncia. Era necesario este rescate de la «realpolitik» para terminar con los problemas en el patio trasero del Imperio antes de enviar a todas las legiones rumbo a Oriente Próximo. En las relaciones diplomáticas, también conserva su vigencia el dicho rural: «Aceitunita comida, huesecito fuera». Queda el gorila de Caracas, que caerá pronto como fruto Maduro.