María José Navarro

Francisco

La Razón
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Se me olvidó el otro día añadir a mi lista de cosas que me gustan más que comer con los dedos (recordemos: el Atleti, los hombres canosos con alguna cardiopatía congénita y la tensión alta, el atascaburras, mi perrillo, mis amigas, el sofá de mi madre, Albacete, la radio, la gente educada, la demagogia, lo políticamente correcto, la crema anti bolsas de ojos, generalizar y los rancios) y que es ese espécimen que pulula por las redes sociales y que no es otro, queridos lectores, que ese tuitero espontáneo que tiene la necesidad de decirte qué opina de lo que opinas tú aunque no te conozca de nada. Ese tipo que insiste, que está a la que salta, que posee el don de ser inoportuno y faltón, que te interpela con una confianza inexistente y al que si contestas para pegarle un tantarantán se molesta muchísimo. El caso es que servidora se asomó al patio del pajarito y contó que estaba viendo la miniserie sobre la vida del Papa y que se llama «Llámame Francisco». Por cierto, altamente recomendable, dura y por momentos muy emotiva. A lo que voy, que me asomo al patio del pajarito y escribo que me está gustando mucho y que los actores son fantásticos, empezando por Rodrigo de la Serna, que encarna a Bergoglio. En serio les digo que es muy recomendable y que retrata la crudeza del sufrimiento sobre la dictadura cívico militar en Argentina con aspereza y con escenas que retratan fidedignamente el horror que provocó. Venga, a lo que voy , que se me va el santo al cielo. Que estaba comentando que los actores son buenísimos y me responde un señor al que no tengo el gusto. «..Seguramente serán mejor que el original. Somos muy de Juan Pablo II». Me quedé tan alucinada que tardé en reaccionar. Me sorprende muchísimo que alguien que presume de ser muy de Juan Pablo II (es decir, católico, practicante y devoto) pueda plantearse que algún Papa no le guste. Pero me alucina aún más que los más radicales detractores de Francisco sean los católicos, practicantes y devotos. Porque no es solo faltarle a la cabeza de la Iglesia, es desdeñar la confianza de todo el cónclave vaticano y del mismísimo Espíritu Santo, al que los creyentes creen responsable de la designación. Vds mismos y mi admiración por Francisco sin fisuras.