José María Marco
Francisco y los hijos de Israel
El cardenal Antonio Quarracino, antecesor de Jorge Bergoglio al frente de la Iglesia argentina, está enterrado en la catedral de Buenos Aires y en su sepulcro hay un mural con fragmentos de libros de rezos hebreos rescatados de varios campos de exterminio. Hubo algunas presiones para que estos testimonios fueran retirados del templo y colocados en el Museo de la Catedral. Bergoglio, al llegar al arzobispado de Buenos Aires, impidió el cambio. Lo cuentan el propio Papa Francisco y su interlocutor, Abraham Skorka, rabino de Buenos Aires y amigo del primero, en su libro de conversaciones («Sobre el cielo y la tierra»). La anécdota permite comprender hasta qué punto el futuro Papa Francisco otorgaba al genocidio de los judíos, a la Shoah –el Holocausto–, una dimensión específicamente religiosa.
Los cambios en la Iglesia católica con respecto al judaísmo vienen de lejos. Se remontan a los esfuerzos de Pío XII (insuficientes, según algunos estudiosos) para evitar el genocidio o al menos salvar el mayor número posible de personas. Vinieron luego, en 1947, los diez puntos de Seelisberg, que marcaron una inflexión en la relación entre el conjunto del cristianismo y los judíos. Ésta se afianzó con Juan XXIII, que en la declaración «Nostra Aetatis» afirmó la predilección del Señor por los judíos y empezó a suprimir, a veces de forma drástica, los restos del antiguo antijudaísmo. Juan Pablo II, que visitó la sinagoga de Roma en 1986, y más tarde Benedicto XVI continuaron esta obra de reconciliación, que ha despejado cualquier prejuicio en la doctrina y en el núcleo de la Iglesia católica.
No es seguro, sin embargo, que haya ocurrido lo mismo en todo. Aunque no queda nada de la hostilidad antigua, todavía no hemos llegado al punto en el que el catolicismo, como conjunto, considere el judaísmo como una dimensión interna y natural de la cristiandad. Sin embargo, es difícil entender el cristianismo sin el fondo judío sobre el que se proyecta y que lo nutre: en la persona misma de Dios y en muchas otras cosas, incluidas fiestas, ceremonias y nombres. En la recepción de los representantes de la comunidad judía de Roma, el Papa dijo que un cristiano no puede ser antisemita. Lo ha vuelto a argumentar, con contundencia, en su reciente «Exhortación». Su papado traerá novedades en este campo. Contribuirá a intensificar el diálogo entre los hijos de Israel y los cristianos, y exigirá al conjunto de la Iglesia un esfuerzo de reforma. Parecerá poco, pero pocas cosas serán tan positivas como ésta.
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