Guerras y conflictos

Genocidio migratorio

La Razón
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Una tregua o «suspensión de hostilidades» puede ser una excelente oportunidad para que un bando avance en la guerra mientras que el otro está paralizado bien por la esperanza de no perder del todo las oportunidades de paz o porque se refugia en el imaginario alto el fuego como coartada para la inacción. Ése es el caso del régimen de Damasco y sus implacables valedores militares rusos por un lado, frente a la casi imperceptible presencia americana junto a algunos grupos rebeldes y la población civil masacrada con el objetivo de ser empujada hacia el exilio como objetivo prioritario de guerra. Desde una posición de fuerza, aquella sirve para ir socavando a sus enemigos armados, pero más aún para dejar sin medios de subsistencia a decenas de miles de «no combatientes», a los que también se trata de privar de atención médica. De ahí la importancia del bombardeo de hospitales en Siria. En uno de ellos fue noticia la muerte del último «ángel del infierno», el único pediatra que quedaba en Alepo, la primera ciudad del país, su centro comercial, con más de dos millones de habitantes antes de la guerra, cuya destrucción y conquista por Asad es el centro neurálgico de la actividad bélica en los últimos meses.

Los rusos entraron porque el régimen de Asad estaba perdiendo la guerra y en poco tiempo y con una modesta inversión militar le dieron la vuelta a la tortilla, lo que da idea de lo que podía haber hecho EE UU con el apoyo de sus aliados europeos, si hubieran intervenido en una fase inicial. Cierto que todas las opciones eran malas. En el desquiciado mundo árabo-islámico medioriental no hay moderados que cuenten y la Primavera Árabe mutó rápidamente en primavera islamista. La inhumana brutalidad del régimen sirio y sus decisivos auxiliares rusos, que perfeccionaron esos métodos en Chechenia, tiene parangón entre las fuerzas que se le oponen, sólo que éstas poseen menos capacidad destructiva.

La guerra ha sido de exterminio desde el principio. La dominante minoría alauí, menos del 12% de la población del país, propietaria del régimen y núcleo de sus Fuerzas Armadas una vez los suníes desertaron, ha sido desangrada. Pero hay que elegir el mal estratégicamente menor. La pasividad y el humillante abandono de líneas rojas sólo han conseguido que la situación sea ahora mucho peor desde muchos puntos de vista.

Vaciar el ángulo noroeste del país, dejando una población residual absolutamente subyugada para los próximos decenios, es una gran victoria para el régimen, que puede finalmente quedarse con la casi totalidad de la Siria útil, dejándole los desiertos con su Estado Islámico a sus enemigos. La oleada migratoria es un arma dirigida contra Turquía, objetivo estratégico tanto de Damasco como de Moscú. Para este último, la cosa tiene más envergadura. Debilitar la Europa que lo sanciona, subrayar el contraste entre la realidad de la acogida y la sublimidad de los principios, perpetuar «sine die» el marasmo ucraniano y la subrepticia presión sobre los bálticos, favorecer el ascenso de los populismos nacionalistas, burlarse de Obama y, la cuña rusa por excelencia, mostrar el escaso valor de la alianza con Washington. A quien a fuerza de mirarse el ombligo nacional no pueda verlo, que Santa Lucía le regale unas gafas.