César Vidal

Gibraltar (II)

El acto de piratería que permitió a Inglaterra apoderarse de Gibraltar sólo fue el inicio de los abusos que durante tres siglos seguiría perpetrando. De hecho, Gibraltar formaba parte del territorio hispánico desde la época de la colonización romana, nunca había dejado de estar sometido a entidades políticas españolas –cristianas o islámicas– e incluso, cronológicamente, distintas instituciones políticas hispánicas la dominarían por un tiempo ocho veces superior a la existencia de la colonia británica. Así, cuando el Tratado de Utrecht puso fin a la Guerra de Sucesión y en su artículo décimo se recogió la ocupación de Gibraltar por Inglaterra, España no aceptó la legitimidad del acto. La cesión quedó además condicionada, entre otras restricciones, a la supresión del comercio entre la plaza y el territorio vecino. A partir de ese momento, España intentaría vez tras vez recuperar un territorio propio y Gran Bretaña, mantener y ampliar la colonia. Los abusos cometidos por esta potencia fueron abundantes. Por ejemplo, en las negociaciones preliminares al Tratado de Madrid de 13 de junio de 1721 se planteó como condición previa la devolución de Gibraltar a España. El ministro inglés en Madrid, William Stanhope, y el secretario de estado español, marqués de Grimaldi, se comprometieron así a que el tratado no sería ratificado mientras Jorge I de Inglaterra no comunicara la restitución de Gibraltar. El 1 de junio, Jorge I envió la carta en cuestión, pero una vez que el 5 de julio del mismo año España ratificó el tratado, el monarca inglés faltó a su palabra. No fue la última vez. Además, Inglaterra fue sumando a sus desafueros diplomáticos una larga lista de incumplimientos del Tratado de Utrecht desde el mismo siglo XVIII. Así, nada más firmarse el acuerdo, las tropas inglesas procedieron a ocupar militarmente la Torre del Diablo, a Levante, y el Molino, a Poniente, no incluidos en el mismo. El 19 de agosto de 1723, William Stanhope sostenía con evidente descaro que Inglaterra tenía derecho a ampliar el terreno cedido por el Tratado de Utrecht a «todo el terreno cubierto por la artillería de la Plaza» aunque reconocía que tal extremo no estaba contemplado en el tratado. En 1815 y 1854, los ingleses, víctimas de sendas epidemias, aprovecharon la ayuda humanitaria española para apoderarse de nuevos territorios en la zona. En 1908, en claro antecedente del Muro de la vergüenza berlinés, el Gobierno británico levantó una verja de hierro que separaba a España de una colonia. Nada ha cambiado en estos siglos.