José María Marco

Giro republicano

La derrota de los socialistas en Francia abre varias interrogantes que nos afectan a todos por la posición central que nuestros vecinos ocupan en la Unión Europea. La derrota se puede atribuir a la incapacidad del presidente para hacer las reformas que empiecen a sacar a Francia del estancamiento en el que se encuentra. O bien, al revés, se puede atribuir a la incapacidad para hacer una política consistentemente de izquierdas. Lo primero parece reflejado en la promoción de Manuel Valls, un socialista conservador que se aleja de los temas de la izquierda plural. En cambio, la victoria de Anne Hidalgo en París debe atribuirse a la coalición social ecologista, en principio muy alejada de las propuestas de Valls. Los parisinos quieren seguir en su nube posmoderna, hecha de poco trabajo y vida confortable, convertida además en ideal político para el resto de la humanidad. Habrá que ver hasta dónde los demás están (y estamos) dispuestos a pagárselo.

El avance del Frente Nacional ha sido serio, pero sigue sin ser capaz de plantear una alternativa. Resulta inquietante, eso sí, si se combina con la alta tasa de abstención. Francia tiene una larga historia de asimilación de movimientos populistas en las estructuras políticas tradicionales. La República Francesa ha sido siempre, desde el siglo XIX, un régimen conservador, ajeno a las entelequias radicales y excluyentes propias de quienes, en nuestro país, profesan la fe republicana. Seguramente sería deseable que mostrara ahora la misma flexibilidad, pero eso no depende sólo de la derecha tradicional, sino de los representantes del FN. Si se enquistan en el populismo, el antisemitismo y el desprecio a los extranjeros, será imposible integrarlos.

El centro derecha, finalmente, se enfrenta a una prueba complicada. Es verdad que ha salido vencedor de estas elecciones, pero lo hace sin un programa claro y sin un líder, aunque las municipales no lo requieren como las generales. Con Sarkozy, la derecha francesa hizo la experiencia del liderazgo sin programa. Aquello acabó con la victoria de los socialistas, que ofrecían lo contrario: un hombre «normal» con un programa ambicioso. Ni ha habido normalidad (ahora parece más «normal» Sarkozy), ni ha habido ambición. Por su parte, la derecha sigue careciendo de ambas. El electorado vuelve a apelar al centro derecha, sin que éste, al menos por ahora, parezca capaz de formular posiciones serias e integradoras para poner en marcha las reformas necesarias. Será interesante ver si Manuel Valls, que se ha dado cuenta de la situación, es capaz de ofrecer una propuesta como ésa.