César Vidal
¿Gorila rojo o aprendiz de Mussolini?
Cuando Hugo Chávez llegó al poder de manera, como mínimo, heterodoxa, pocos pensaron que podría durar y mucho menos extender su influencia por todo el subcontinente. Sin embargo, ésa ha sido la innegable e inquietante realidad. Resulta obvio que Chávez no es un pensador sofisticado ni un gran teórico de la política. También es indiscutible que no ha traído prosperidad ni justicia a los venezolanos, pero poco puede negarse su repercusión. Las claves de su éxito son, para el que se acerque al tema con objetividad, claramente identificables. En primer lugar, Chávez ha sabido utilizar las raíces nacionales – quizás más supuestas que reales, pero, en cualquier caso, nacionales– de su revolución. Lejos de tomar su punto de referencia en el comunismo soviético o chino, Chávez pretendió entroncar con un Bolívar mítico que no se parece, precisamente, a lo que él ha llevado a cabo, pero que constituye un magnífico mantra para millones de hispanoamericanos. Venezuela no daba, en teoría, un salto en el vacío sino que se conectaba con lo más sugestivo de su historia nacional. Partiendo de ese nacionalismo, disparó una agresividad nada oculta hacia los Estados Unidos –la nación enemiga por excelencia siquiera por su éxito– hacia el Occidente democrático, incluyendo de manera muy señalada a España, y hacia el capitalismo. En segundo lugar, Chávez intentó establecer un tipo nebuloso de socialismo que no es el soviético ni el cubano y que recuerda no poco al corporativismo propio del fascismo italiano. A fin de cuentas, en los años treinta, la nación más intervenida económicamente después de la URSS era la Italia fascista. Hasta ahí la carga ideológica que es, fundamentalmente y por más que se niegue, fascismo en estado casi puro al buscar la fusión de nacionalismo y socialismo y al no eliminar drásticamente ni la iglesia católica –con la que se llega a acuerdos puntuales beneficiosos para ambas partes– ni el capitalismo que proporciona puestos para los partidarios. También dentro del más puro estilo fascista, Chávez ha ido erosionando desde dentro las instituciones del estado para implantar una dictadura que niega con la boca pequeña la calidad de tal siquiera porque permite las elecciones. Chávez ha ido cambiando la ley electoral, la composición del legislativo y el perfil de la judicatura, exactamente igual que Mussolini durante los años veinte. En una sociedad más mediática que la italiana, Chávez captó desde un principio que podía ganar elecciones si previamente controlaba los medios de comunicación. Torrijos o Felipe González no lo habrían hecho mejor. Pero junto a la formación de una nueva ideología –que algunos llaman populismo y que no es sino neo-fascismo sui generis que reniega de sus orígenes de la misma manera que los antisemitas de hoy dicen que sólo son anti-sionistas– y la reestructuración institucional, Chávez ha sabido aprovechar otros factores. En primer lugar, ha retomado la solidaridad hacia aquellos que pueden orbitar en una manera de pensamiento similar siquiera porque tienen fobias comunes. Igual que Mussolini pagaba una pensión a José Antonio Primo de Rivera y respaldaba a movimientos semejantes al suyo en Europa, Chávez ha repartido generosamente los frutos del petróleo entre sus camaradas de hoy desde el Ecuador a la Argentina, desde Bolivia a la Argentina. En segundo lugar, Chávez ha intentado también estrechar lazos con todos aquellos que repudian el sistema democrático occidental y el capitalismo, sin el que éste no podría subsistir. Igual que Hitler supo que era obligado tender la mano a un Mussolini condenado por la Sociedad de naciones por invadir Abisinia, Chávez ha extendido su radio de acción hasta respaldar a un Irán islamista que, despreciando la acción de la ONU, camina inexorablemente hacia la posesión de armamento nuclear. Basto, boquirroto, histriónico, incluso ridículo, Chávez ha sido causa de estupor durante décadas para los que aman la libertad. La cuestión ahora es saber si su legado trascenderá su muerte o, como en el caso de otros dirigentes de signo fascista, no podrá sobrevivirlo durante mucho tiempo.
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