Alfonso Ussía

«Grom»

En Uruguay suenan los tambores de guerra. Una tontería. Su Selección de fútbol, que está disputando el Mundial de Brasil, se ha quedado sin su mejor jugador. Se dedica a morder. Es reincidente. Abuso de mi prudencia si solicito permiso para escribir que sus reacciones resultan peligrosas. Jugando en el Ajax de Amsterdam, Luis Suárez mordió a un adversario llamado Bakkal. Fue sancionado con nueve partidos sin jugar. En el Liverpool le clavó sus poderosos piños a Ivanovic, y los castigaron con diez partidos. La última víctima de este nuevo Hannibal Lekter del negocio balompédico ha sido el defensa italiano Chiellini.La mitad del mundo ha presenciado el mordisco, y a Luis Suárez lo han expulsado del Mundial con nueve partidos de sanción y cuatro meses de inhabilitación para practicar cualquier actividad relacionada con el fútbol. Hasta el Presidente uruguayo, antiguo terrorista montonero, ha exigido justicia. Un problema grave el de este futbolista mordedor, que por otra parte, y como dicen los cursis «atesora una gran clase».

Uno de los mejores amigos de mi juventud se llamaba Eugenio Antonio Egoscozábal Ubarrechena. Tenía los ocho apellidos vascos de rigor. No era nacionalista. Ingenio portentoso y gran cultura. Mientras sus compañeros de pandilla leíamos a Tintin, él se tragaba las obras de Voltaire, Rousseau, Dalambert, Diderot y Albert Camus. Afrancesado como buen guipuzcoano de su tiempo, excepto en los perros. Tenía un «bull terrier» inglés llamado «Grom» muy parecido a Luis Suárez. Era cariñoso en el recibimiento, y simpático durante la estancia del invitado hasta que se le cruzaban los cables. Entonces, sin previo aviso, te soltaba un bocado de órdago a la grande, sin mostrar enfado ni irritación. Se trataba de un mordisco aislado, contundente, y hasta me atrevería a calificarlo de elegante. «Grom» tuvo un buen pasar por la vida hasta que una noche, el padre de Eugenio le exigió más interés por los estudios y menos complacencia con los «martinis», y «Grom» interpretó los consejos como una agresión a su amo. Para poner en orden la pierna izquierda del padre de Eugenio fueron necesarios cuarenta puntos de sutura que le practicaron en la Cruz Roja de la calle Matía, barrio del Antiguo, a espaldas de Ondarreta. Y según rumores dignos de verosimilitud, «Grom» fue desterrado a un caserío que tenía la familia Egoscozábal en los aledaños de Loyola.

No hay que escandalizarse por la pena impuesta a Luis Suárez. En el fútbol se dan toda suerte de marrullerías y trucos. Y patadas. Pero no mordiscos. El gran Ferenc Puskas, gordo y con cuarenta años dejaba atrás a los defensas con una añagaza formidable. Disparaba a sus defensores en el momento oportuno un escupitajo a sus ojos. Cuando el defensa se quitaba las adherencias salivares recibidas, el Real Madrid había marcado gol. Imposible de advertir en aquellos tiempos. Otros delanteros saltan en los saques de esquina apoyándose en el pie del defensor. Otros simulan agresiones que no han padecido. Otros pisan, otros golpean con los codos al adversario. En muchas ocasiones los árbitros castigan estas irregularidades antideportivas, y en otras o no las ven o no se atreven a verlas. Pero lo de morder a los adversarios –y ya van tres bocados a diferentes solomillos–, es algo que se escapa a la propia naturaleza de la infracción.

Por mí, que siga mordiendo. Pero fuera del mundo del fútbol. Como «Grom», alejado de su casa y desterrado para siempre.