Julián Redondo
Hasta la cocina
Arreciaban los pitos en el Bernabéu, estupefacto por la desenvoltura del Schalke y enfadadísimo por la incompetencia de su equipo, que perdía 0-1 y no veía el balón, elemento extraño. La quinta velocidad de los alemanes, pesadilla interminable hasta el minuto 93, abrumaba a los pupilos de Ancelotti, superados en cada línea, y arruinaba cualquier intentona ofensiva. Sólo una acción aislada de alguna de las estrellas de la constelación blanca podía alterar el rumbo del partido cuando lo que empezaba a pesar en el ambiente, cargado de negros presagios, era el futuro de la eliminatoria. Hubo un córner, consecuencia de un avance desesperado, orgullo herido; Cristiano Ronaldo «¡Buuh!» se elevó sobre el «skyline» de la zaga visitante y de certero cabezazo empató. Espejismo. El Schalke no bajaba de la quinta velocidad y el Madrid no pasaba de la tercera, de ahí el 1-2 y los pitos y las protestas y el cabreo de una afición que no entiende lo que le ocurre a este equipo, entre despistado y apático. Por si acaso, otra acción aislada y el individuo Cristiano por encima de la humanidad. Un empate balsámico que no solucionaba los graves errores estructurales. Si el Schalke es capaz de entrar hasta la cocina una y otra vez en el Bernabéu, si Casillas hace el Tancredo y encaja un tercer y un cuarto gol (3-4), si hasta Varane se despista, es que el Madrid tiene un problema considerable; menos apreciable con Modric, «El Deseado», en el terreno de juego; aunque era Di Matteo quien podía creerse Fernando VII, tal y como se encontró el partido, y al adversario, perdido en su propio estadio.
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