César Vidal

Hasta siempre, Pedro

La Razón
La RazónLa Razón

Hace ya años, en una conversación con el malogrado Gustavo Pérez Puig, salió a colación su «Doce hombres sin piedad», que marcó un hito en la Historia de la televisión española. Gustavo me confesó entonces que había intentado realizar una nueva versión del drama, pero que le había resultado imposible. La razón –bien triste– es que ya no había doce actores a la altura de los que formaron el elenco original. De hecho, el único que quedaba entre nosotros, Pedro Osinaga, nos abandonó hace unos días. Era Pedro un personaje verdaderamente excepcional propio de esa estirpe de grandes intérpretes que se van cuajando cada día sobre las tablas del escenario teatral y que, como los vinos buenos, mejoran con los años. Pocos, muy pocos han obtenido en el teatro español un éxito semejante a su «Se infiel y no mires con quién» que se mantuvo imbatible durante más de una década; pocos lograron también su prodigiosa versatilidad. Que Pedro Osinaga fue un príncipe de la comedia en España no admite discusión. Cualquiera que haya visto su duelo interpretativo con Ismael Merlo en «Cuidado con las personas formales» se percató de la rapidez, la fuerza, el talento que depositaba en el desempeño de su labor. Supo ser truhán, sinvergüenza, ingenuo, enamorado, tímido, descarado sin que en ningún momento abdicara de aquella sonrisa inigualable que lo caracterizó hasta su último trabajo. Pero eso era sólo la punta del iceberg porque Pedro Osinaga supo destacar en la zarzuela, en la revista y en las apariciones, cada vez más esporádicas, en el cine y en la televisión. Lo entrevisté hace algo más de un lustro y de aquel encuentro conservo, por un lado, la satisfacción de haber conocido personalmente a quien tantas horas de sana diversión me había dado, pero, por otro, el pesar de comprobar que no podía abarcar todo su talento en algo más de media hora y que se nos habían quedado muchas y sabrosas historias en el tintero sobre las que no pudimos departir aquella noche. Con su fallecimiento, precedido por una de las dolencias más terribles que pueden recaer en un actor, ha desaparecido uno de los poquísimos grandes del arte de Talía que aún estaban entre nosotros. Para mí quedan los recuerdos agridulces de unos Estudio 1 que hoy resultarían imposibles y de unas funciones inolvidables e insuperables. Descanse en paz.