Hoteles
¿Hay wifi?
Mucho más que el minibar o el parking, pasados de moda, e incluso que esas «private facilities» que escasean en los establecimientos playeros, al hospedaje actual, y no digamos a las viviendas para el alquiler turístico, se le exige un servicio que en el último bienio se ha convertido en imprescindible: el wifi, cuya clave entrega el recepcionista con la llave sin preguntar si el cliente la desea. La razón no es, como pudiera pensarse, la necesidad que tiene el homínido contemporáneo de estar en permanente contacto cibernético, vía móvil, con sus congéneres porque para eso basta una tarifa de datos no demasiado onerosa. La banda ancha es necesaria porque los servicios de televisión a la carta se han convertido en una parte fundamental del ocio y nadie se considera realmente de vacaciones si no puede darle un bajonazo a la pila (virtual) de series, clásicos completos o temporadas recién estrenadas, que el quehacer del año deja pendiente. Casas hay cuyos habitantes prefieren antes pagar Netflix que comprarse un lavavajillas y no se concibe una conversación «cool» sin referencias constantes a teleseries con presupuestos de superproducción hollywoodiense y de procedencia cada vez más diversa: la última recomendación de un amigo adicto fue una tragicomedia noruega sobre un mafioso de opereta que se instala en Lillehammer. Recientemente, el pirateo a una de estas plataformas de pago se ha convertido en noticia de portada, como cuando los telediarios daban cuenta del regreso a sus pueblos de los ganadores del «Un, dos, tres» en loor de multitudes. La industria del entretenimiento también debe renovarse o morir.
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