Política

Herederos de aquel comunismo

La Razón
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A los comunistas españoles de la época de la transición probablemente se les podrían achacar no pocos defectos. Tal vez el más relevante fue el de no haber sabido conectar –a mayor beneficio de los jóvenes del «clan de la tortilla»– con esa misma sociedad por cuyas libertades lucharon en la clandestinidad. Pero aquel PCE sí mostró eso que hoy llamamos «altura de miras» en dosis suficientes como para no entorpecer la ruta de los timoneles de la transición. De ese sentido de la responsabilidad política queda hoy lo justo por no decir nada entre los herederos de nuestro comunismo; los actuales destinatarios del espacio a la izquierda del PSOE serían, muy probablemente corridos hoy a «gorrazos» por los Sánchez Montero, Carrillo, Gallego, Camacho y un largo elenco de equivocados en muchas cosas, salvo en las que realmente tienen que ver con la esencia del sistema.

Los posicionamientos que venimos escuchando por parte de representantes de las órbitas de Podemos y de la propia Izquierda Unida a propósito de la situación en Venezuela tras la puesta en libertad muy condicionada y bajo «arresto domiciliario» de Leopoldo López o ante el homenaje a la memoria de Miguel Angel Blanco, que es lo mismo que decir al «espíritu de Ermua» que supuso el principio del fin para ETA vienen a certificar la existencia de una izquierda supuestamente heredera de las esencias de aquel PCE, que no duda en hacer gala de la mayor de las mezquindades en su empeño sectario por reescribir la historia siempre desde la obsesión revanchista.

Que el evidente deudor del chavismo Juan Carlos Monedero acuse a Leopoldo López de «echar gasolina al fuego» sólo por decir lo mismo que antes y durante su estancia en prisión sorprende bien poco, como nada viene a sorprender que Alberto Garzón califique de golpista al disidente venezolano. Al fin y al cabo Garzón ostenta el nada despreciable mérito de haber accedido al poder en Izquierda Unida esgrimiendo la «milonga» de la joven renovación en la coalición, para a continuación ejercer de enterrador y de notario en la defunción de la misma a cambio del plato de lentejas de un escaño a la sombra de Podemos.

La prueba del algodón frente a lo que ocurre en Venezuela no dista tanto de la que se aplica cuando se trata de homenajear a la figura de un joven concejal cuyo asesinato previo secuestro hace hoy veinte años removió como nunca había sucedido los corazones de todo un país. Resulta cuando menos curiosa la cicatería de la alcaldesa de Madrid para situar en el Ayuntamiento una pancarta de homenaje a Miguel Angel Blanco, sobre todo porque hablamos de la ciudad más institucionalmente «pancartera» de Europa y donde incluso en puntuales ocasiones no ha dudado en deslizarse en algún balcón oficial la no constitucional bandera republicana. Llamemos a las cosas por su nombre, no es equidistancia, sencillamente es mezquindad. No vaya a ser que se acabe homenajeando a alguien que perteneció al «partido de los corruptos». De aquella izquierda «pecera», sólo queda sectarismo.