Ely del Valle

Heroiak (Héroes)

La Razón
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Un pueblo de poco más de siete mil habitantes donde todos se conocen. Eso es Alsasua: un lugar donde las tesis proetarras llevan décadas mamándose con la misma naturalidad con la que se respira; donde «abertzale» es sinónimo de defensor de las libertades y la Guardia Civil una manada de «txakurras»; donde cada año se celebra el Ospa Eguna, una jornada que se anuncia como «reivindicativa y festiva» para exigir el fin de la represión y denunciar la presencia policial en el municipio, y que en su última edición tuvo como lema «Alde hemendik» (salid de aquí), el mismo grito de guerra con el que se animaba la horda de abertzales que a punto estuvo de linchar a dos txakurras peligrosos armados con cubatas. ¿A alguien le puede extrañar que nadie oyera nada ni viera nada? En Alsasua nadie graba estas cosas en su smartphone ni por supuesto, se enfrenta con quienes tiene que convivir a diario. ¿Cómo se van a hacer estas cosas cuando hasta el señor alcalde sospecha que todo ha sido una estratagema de los represores para vengarse de los patriotas vascos que son puro pan de molde?

En Alsasua, como en otros lugares, hay unas cuantas generaciones que se han criado creyendo que apalear al mismo guardia civil al que llaman cuando están en apuros es un acto heróico y que la Ley con mayúsculas no es más que un instrumento diabólico ideado para someter al pueblo vasco. Por eso no es cierto que ETA haya sido derrotada.

Si la frase que dice que nadie muere del todo mientras siga vivo en el recuerdo de quienes le quisieron, es cierta, la banda terrorista sigue respirando a través del aquel argumentario, tan salvaje como simple, con el que justificaba el asesinato y que hoy sigue siendo, a la vista está, el faro por el que se guía un buen puñado de paisanos.