Alfonso Ussía
Heroicos antifranquistas
Sigo con atención en los medios de comunicación y redes sociales el imparable aumento de heroicos antifranquistas en la sociedad española. Todo viene de la petición de Odón Elorza de sacar los restos mortales de Franco del Valle de los Caídos. Recuerdo una opinión sensata y medida de Felipe González, cuando Magdalena Alvárez, la de Aviaco y los Eres, hizo desaparecer con nocturnidad el monumento acuestre de Franco sito en los Nuevos Ministerios. «Los monumentos son Historia, nos gusten o no. Y no tiene mérito retirar una estatua de bronce. El mérito lo hubiese tenido el que lo descabalgara del caballo en vida, pero nadie se atrevió a hacerlo». Odón Elorza ha sido muchos años Alcalde de San Sebastián, y aunque todavía en buena forma, era un joven hecho y derecho cuando el «Azor» de Franco, con Franco a bordo, formaba parte del paisaje agosteño de la bahía donostiarra. De niño y de joven, yo he visto con mis ojos embarcar y desembarcar en muchas ocasiones al general Franco en el muelle de Pescadores. No se escondía. Su lancha era seguida por otra de la Comandancia de Marina con seis marineros. Desde cualquier punto de La Concha u Ondarreta, el Muelle, el Paseo Nuevo o los jardines de Alderdi-Eder, un francotirador podría haberlo dejado seco de un fácil disparo. Pero no. Lo aplaudían a rabiar. Y los bañistas nadadores podían acercarse al «Azor» sin producir inquietud alguna en su servicio de seguridad. Franco vestía siempre igual. Chaqueta azul, pantalones grises y una gorra de marino, con el plato blanco. El propio Odón Elorza, después de un breve período de adiestramiento, podría haber procedido al magnicidio. Pero no habían nacido todavía los heroicos antifranquistas, que proliferaron después del fallecimiento del Generalísimo.
Ahora, Odón Elorza y un numeroso grupo de valientes exigen que los huesos de Franco abandonen su tumba del Valle de los Caídos. Hazaña muy arriesgada, por cuanto Franco está embalsamado y su gesto todavía asusta a algunos. No obstante, y para tranquilizar a los héroes a destiempo, bueno es recordarles que un buen embalsamamiento no garantiza la vida, y que Franco está muerto. No se mueve. No habla. No ordena. No reacciona. El mismo Odón Elorza, en soledad, está capacitado para abrir el ataúd de Franco y transportarlo en una camioneta al lugar que le apetezca. Con la ayuda de unos cuantos expertos en levantar fosas, el traslado es perfectamente factible. Ningún monje hace guardia en el interior de la basílica durante la noche, y si por ruidos imprevistos, alguno se atreviera a dar una vuelta para averiguar el origen del estrépito, iría desarmado, porque los monjes llevan Cruz pero no pistola ni ametralladora. A lo más que se atrevería el monje indiscreto sería a pedir la autorización del traslado de los restos inhumados de Franco. Y quejarse de la horita, que la noche está para dormir y no para desenterrar cadáveres. Por lo tanto, Odón Elorza lo tiene todo a favor para llevarse los restos de Franco allá donde se le antoje. Pero tampoco se atreve. Si Franco levanta la cabeza en un momento dado y con aquella voz suave le pregunta a Elorza qué está haciendo a esas horas en el Valle de los Caídos, Elorza correría hasta Burgos, a toda pastilla, pasando por Somosierra, Honrubia de la Cuesta, Aranda de Duero, Bahabón de Esgueva, Gumiel del Mercado, Lerma y al fin, Burgos, donde descansaría unos minutos para seguir corriendo vía Briviesca, Pancorbo, Vitoria, Salvatierra, Echegárate, Alegría de Oria y Tolosa, y así llegar a San Sebastián a reponerse del susto y la carrera desenfrenada.
En vida, Elorza. Eso, en vida. Y lo mismo les recomiendo a los héroes antifranquistas sin Franco.
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