Alfonso Ussía

Historia cutre

Creo sinceramente, y es opinión y no crítica, que el Museo de Cera de Madrid es uno de los peores museos de cera del mundo. Abandonaban el lugar dos visitantes por el patio del Centro Colón. –Es impresionante lo que se parece la figura de Fernando el Católico a Fernando el Católico–; –Está clavada. Pero a mí me ha gustado más Quevedo. Lo de Quevedo es impresionante. Parece que va ponerse a hablar–. Me congratuló oír la charla entre íntimos del Rey de Aragón y el gran cojo estevado. Por desgracia, los personajes de hoy, los que conocemos, no se parecen absolutamente nada. Juan XXIII puede ser Antonio Mingote, y Pío XII Fernando Abril Martorell. El problema de conocer a las personas.

Ayer, en un descanso, seguí por un canal digital una película sobre Adolfo Suárez y la Transición a la democracia. El menos perjudicado del reparto es, precisamente, Adolfo Suárez. Lo malo del cine español es que no cuida los detalles. Hay mucho hortera en el estilismo y el vestuario. Joaquín Garrigues Walker era rubio, llevaba gafas y tenía una estatura normal para sus tiempos. Pero no era un conejo. El actor que representa a Joaquín Garrigues en la película haría bien en cuidarse de pasear por el campo en temporada de caza. No cubriría ni diez metros antes de que un cazador le diera matarile. El Rey, en la película, es infumable. Pedante, cursi, falto de naturalidad y peor vestido que un novio hondureño. Pero lo que más me soliviantó fue el personaje de Amparo Illana. Con ella no se hizo el menor esfuerzo de estudio de la persona y características de su manera de ser. Se inventaron a una señora de Suárez ridícula, tonta, melindrosa y niñata, cuando Amparo Illana fue todo lo contrario. Elegante, discreta, firme, inteligente, leal y valiente. Una de las mujeres más colmadas de virtudes que he conocido en mi vida.

¿Ventajas de la película? Pocas. Una de ellas que no aparecen ni los Bardem, ni Juanjo Puigcorbé, ni la Sardá, ni Alberto –creo que es Alberto– San Juan. Y su mayor acierto, el de la elección del actor que interpreta a Santiago Carrillo, mucho más simpático y agradable el intérprete que el interpretado. La película no es una producción malintencionada, exceptuando la figura de Amparo Illana. Elogia a Suárez, manifiesta su admiración por Suárez y nos recuerda el filo de la navaja sobre el que deambulamos todos los españoles en aquellos tiempos añorados. Pero la película es cutre. Exceptuando a Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, la elección del resto de los actores se antoja realizada por el responsable del Museo de Cera de Madrid. Ningún parecido con la realidad, ni un esfuerzo por conocer a los protagonistas de la época, ni un puñetazo en la mesa del director cuando escenas que podrían haber sido dignísimas alcanzan la cota más elevada de la vergüenza ajena y el ridículo. Un director inglés no comienza la realización hasta que no tiene todos los detalles aprendidos, asumidos y valorados. La charla entre el Rey y Suárez con el general Armada de protagonista –fundamental para los que no vivieron aquellos días–, en nada se parece a la que me pormenorizó personalmente el presidente Suárez. Sobra buenismo en el guión y falta rigor y verdad. Se puede, y se debe realizar una gran película en homenaje a Adolfo Suárez. El mejor homenaje que puede hacerse en su memoria no es otro que respetar el recuerdo de su mujer, fundamental en su vida privada y en sus responsabilidades políticas. Un inglés lo haría bien. Sabría que el Rey no se viste como un representante de corbatas inadmisibles, y que sus hablares son más de capitán de Infantería que de pedante homilíaco. No tenemos remedio.

La película se dejó ver. Pero el homenaje falló. Como si hubiera elegido el reparto el Museo de Cera de Madrid.