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Historias del tenis

La Razón
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Martina Navratilova, 60 años y 18 títulos de «Grand Slam», defiende a la rusa Maria Sharapova de los ataques de Eugénie Bouchard y de Andy Murray. «Cometió un error –Sharapova seguía dándole al meldonium cuando ya estaba prohibido y no se enteró. Ha pagado –quince meses de sanción por dopaje–. Vamos a jugar», sugiere Martina, que de intransigencias, desprecios y discriminaciones algo sabe. Cuando en 1994 le concedieron el premio Príncipe de Asturias de los Deportes, excusó su ausencia, de la que avisó con antelación y sin ocultarse, al contrario que Bob Dylan con el Nobel. Claro que el motivo que adujo, «un torneo de exhibición en Eslovaquia», no fue ése sino que alguien le sopló que un miembro del jurado, una mujer, para ser precisos, puso objeciones a premiar a una lesbiana. Valoró esa opinión, que ni siquiera afectó a la votación, y se quedó en casa.

Sharapova es un icono del tenis, un reclamo que, por ahora, necesita casi tantos ajustes como Garbiñe Muguruza. Maria atrae al público; los torneos valoran su presencia porque la taquilla y los patrocinadores lo agradecen. Ha purgado. Entre quienes defendieron su regreso, Nadal –inconmensurable en el séptimo juego del segundo set, victoria sobre Goffin–, que opina como Navratilova.

Historias en el tenis hay para escribir mil libros, y anécdotas, millones. Alguna tan poco edificante como ésta del último Conde de Godó (Barcelona Open Banc Sabadell). Un fotógrafo, que lleva 15 años acreditado en el torneo, alerta a los organizadores. El objetivo de su cámara no son los tenistas del Real Club de Tenis sino las recogepelotas, niñas de entre 10 y 13 años. La indumentaria, polo, minifalda y culote. Su labor, reconocida; su trajín, estirar lo que encogía cada vez que perseguían una bola. El despreciable sujeto fotografiaba esos «detalles». Le retiraron la acreditación, le expulsaron del torneo. Eso es una bajeza a la sombra del deporte. Y para tenis, el de Rafa Nadal que hoy se mide a Djokovic.