Restringido

Homo homini lupus

Thomas Hobbes, filósofo inglés del siglo XVII, popularizó en su obra «Leviatán» un concepto que ya acuñara Plauto en su obra «Asinaria», donde afirmaba que «lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro». Desde que el mundo es mundo la crueldad del ser humano contra sus semejantes nos ha ofrecido millones de ejemplos estremecedores. Y estremecidos seguimos tras los asesinatos a sangre fría de París el pasado miércoles, que no son otra cosa que un nuevo episodio de barbarie terrorista disfrazado de extremismo religioso o de choque de civilizaciones. Violencia que engendra violencia y que sólo podrá combatirse desde dentro de un mundo, el musulmán, donde se acumulan todas las fracturas ideológicas, sociales y políticas imaginables. No hay solución mientras que los propios países de ese credo no sean capaces de desterrar un odio que se alimenta desde la manipulación más extrema ejercida con fines estrictamente políticos, de poder. Ésta es la clave de una guerra que pretende acabar con el concepto de libertad como la entendemos en los países occidentales que hoy lloran sobre los cadáveres de los viñetistas de «Charlie Hebdo» y los rehenes asesinados en el supermercado judío de la capital francesa, pero sin tener claro qué estrategia seguir para evitar nuevos atentados, nuevos asesinatos y evitar caer en la trampa de la xenofobia. Xenofobia no, pero buenismo estúpido como hemos visto en no pocas ocasiones en Europa y padecimos en la España de ZP, tampoco. La inmigración musulmana tiene que adaptarse a las formas de vida de los países en los que se asienta y respetar sus leyes, y no permitir que en nombre de la estúpida corrección política lo que sólo debería entenderse como concesiones en nombre de la convivencia se conviertan en exigencias. Esa corrección política es la que ha hecho olvidar que mucho antes de que todos fueramos Charlie, fuimos y seguimos siendo los más de tres mil asesinados en las Torres Gemelas de Nueva York hace trece años y medio.