Cristina López Schlichting
Iglesias y la libertad de expresión
Yerran los que piensan que Pablo Iglesias «se equivocó» al atacar a Álvaro Carvajal, el compañero de «El Mundo». Para empezar, consiguió de nuevo titulares y, en segundo lugar, se ofreció a sus votantes como el David dispuesto a combatir el corrupto contubernio político-financiero-mediático. La prueba es su cínica petición de perdón en Twitter, que es todo menos una petición de perdón: «Siento haber ofendido y pido disculpas. No debí personalizar. Pero dije la verdad». Es como lamentarse por haber llamado zorra a una señora y aclarar a continuación que el error estuvo en «personalizar», porque zorras, lo que se dice zorras, lo son todas las mujeres. El líder de Podemos hizo lo que hizo porque no cree en la prensa libre. Es una consecuencia normal cuando no se cree en la democracia parlamentaria, sino en la dictadura del proletariado. La democracia es el menos malo de los sistemas para los que dudamos de la verdad política, los que pensamos que, sobre la mayor parte de las cosas –creencias, familia, propiedad, vida y muerte–, la política ha de decir lo menos posible. Esos son espacios de la sociedad civil. Y que, en lo propiamente político –servicios, impuestos, administraciones, diplomacia, defensa–, no hay dogmas, puede haber distintas soluciones a un mismo problema –al menos tantas como partidos–. Pablo no comparte estas dudas. Él piensa en términos de verdad absoluta: su partido es la verdad; los demás, la mentira. Por eso admira a la URSS o a los bolivarianismos, donde la formación «del pueblo» ocupa el poder. Él representa a las masas, los demás no. Él mira por el bien, los otros representan intereses. Desde este eje bien-mal, su sociedad ideal no se articula en torno a un parlamento plural, sino alrededor del partido. La policía es buena si se ordena a los ideales del partido, lo mismo que los jueces, los dirigentes de la administración... o la prensa. Son benignos los periódicos que explican las cosas como las entiende Podemos y malos los que las cuentan de otra manera. En la sociedad ideal, el partido del pueblo se identifica con el Estado y acapara la propiedad, el discurso moral y cultural y los medios de comunicación. En sus palabras: «Es crucial que haya un ministro de comunicación, tomando como referencia lo que han hecho en Ecuador, Argentina, Venezuela. Cuando el derecho de información se convierte en susceptible de mercantilización, se convierte en privilegio. Por tanto, lo que ataca la libertad de expresión es que la mayor parte de los medios sean privados, incluso que existan medios privados. Han de estar controlados por una cosa que se llama Estado». El modelo es viejo. En la URSS había un solo periódico, «Pravda». En el nazismo, un ministro de propaganda y comunicación, Goebbels. Para escribir, debías ser de la asociación estatal de escritores. Para comunicar, tener carnet del partido. Desde el punto de vista de Iglesias, Carvajal debería exiliarse, como Solzhenitzyn.
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