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Imágenes invisibles: el «circuito B» del arte

La Razón
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La pregunta es de envergadura: ¿Cómo es posible que en la era del «Gran Hermano», donde satélites, cámaras, radares, teléfonos, internet, tarjetas de crédito controlan cada uno de nuestros pasos, pueden existir agujeros negros tan densos y flagrantes que cobijen decenas de miles de obras de arte desaparecidas? Vermeer, Rembrandt, Miguel Ángel, Picasso son solo algunos de los gigantes de la historia del arte de los cuales se desconoce el paradero de algunas de sus grandes obras. Podría afirmarse que la opacidad que, desde hace unas décadas, rodea al mercado del arte vence los denodados esfuerzos de los investigadores por traer a la luz la más mínima incidencia de los grandes autores. El «circuito B»del arte resulta tanto más apasionante que la sofisticación y legalidad de su tejido institucional y púlico. Los repetidos expolios que se han producido a lo largo de la historia han abastecido los márgenes de la especulación más oscura. Se estima, por ejemplo, que, solo en Europa, todavía quedan 100.000 obras desaparecidas a resultas del desvalijo sistemático diseñado por Hitler y Göring. ¿Dónde habitan tal cantidad de obras maestras? ¿Tan intrincadas, secretas e inaccesibles resultan las alcantarillas del mundo del arte como para que tal cantidad de piezas circulen por el subsuelo sin dejar rastro? O formulado en otros términos: ¿Se puede entender tal número de «imágenes invisibles» si no es desde la complicidad consciente e inconsciente de tantos actores interesados que, por lo tanto, algo tienen que ganar? Esta sucesión de interrogantes adquiere si cabe un mayor grado de extrañeza cuando se desliza uno de los factores clave que explican la pulsión coleccionista en el ámbito artístico: la consideración del patrimonio artístico como un garante de status y crecimiento social. Una obra se adquiere y se posee para mostrarla, para marcar un territorio de élite y de prestigio. De ahí que no se pueda sino contemplar con sorpresa todo este nutrido universo paralelo de coleccionistas clandestinos que no necesitan publicitar sus trofeos ni traficar con su aura. ¿Obedece tal actitud al desconocimiento o, más interesante todavía, a un incontrolable fetichismo que, como tal, se disfruta en secreto y sin la necesidad del cortejo social de turno? Las catacumbas del arte están habitadas no solamente por el delito y el crimen, sino, en igual o superior medida, por las patologías más desfasadas.