Manuel Coma

Incertidumbre electoral

La Razón
La RazónLa Razón

Tras un año de campaña entre los aspirantes a candidatos, ahora empiezan las primarias para seleccionar al candidato definitivo de cada partido, en sendas grandes asambleas nacionales llamadas convenciones. Los finalistas competirán entre ellos durante el verano y hasta el 8 de noviembre. Las dos primeras no tienen por qué ser definitivas, pero a veces lo son, y siempre pesan. Son dos Estados pequeños, que algunos miran por encima del hombro, pero el ser los primeros les proporciona una importancia que todos los demás envidian y quisieran arrebatarles. Se empieza con el «caucus» de Iowa, Estado rural en el centro norte, de inclinación republicana. Los «caucus» no responden a la idea que tenemos de una elección. Son reuniones en una sala –en muchas, en todo el Estado, por distritos y ayuntamientos– al caer la tarde y que pueden durar hasta altas horas de la noche. Acuden los votantes de cada partido que deseen.

Las primarias americanas no son nunca cuestión de meros militantes, como parece creerse aquí. En EE UU no hay censo electoral, en el que las autoridades inscriban a todos los que tienen derecho a votar. Hay que ir a solicitar la inscripción y se hace normalmente indicando la preferencia partidista, lo que no vincula posteriormente el sufragio. El que no lo hace constar se conceptúa como independiente. En realidad, los hay que tienen una preferencia clara, pero se niegan a manifestarlo. Los «caucus» no son pues muy representativos. La segunda primaria lo es ya de verdad, con mesas electorales y urnas. Es en New Hampshire, Estado pequeño de Nueva Inglaterra, de inclinación izquierdista, aunque no tanto como su vecino, el llamado por los conservadores República Soviética de Massachusetts.

Para quienes esperan que la prensa les adivine lo que va a suceder, este comienzo es francamente peliagudo y opaco, como presumiblemente lo va a ser el conjunto de primarias, hasta que el proceso esté bien avanzado, y es posible que hasta el último momento. En el caso republicano se ha puesto en evidencia durante meses con el fenómeno Trump. Un demagogo, populista de derechas, si aceptamos esa difusa terminología, que ha encandilado con sus exabruptos a conservadores tradicionales, profundamente descontentos con muchos aspectos de la realidad americano. El llamado «establishment» del partido, el conjunto del aparato dirigente a todos los niveles, y muchos conservadores moderados esperaban que fuese una fiebre pasajera, un acto de protesta, que daría un giro radical ante la hora de la verdad que las primarias deberían suponer. Trump, como adalidad de los republicanos, es derrota segura y crisis en el partido de consecuencias incalculables.

Entre los demócratas, todo parecía más claro, pero Clinton sigue acosada por las revelaciones de sus irregularidades políticas pasadas y el populista de izquierda Sanders sigue con fuerza pisándole los talones. Donde todo son incógnitas pueden florecer las sorpresas.