Ángela Vallvey

Indecencias

Tampoco el pasado fue un tiempo perfecto. Pero es el presente el que más nos preocupa porque afecta a nuestra calidad de vida. Importa la abundancia o escasez que nos concede la lotería de la genética y la historia: no sólo prodigalidad material sino también espiritual, claro. Ciertamente, una buena parte de las condiciones en las que nos desenvolvemos tiene un componente azaroso: nos toca la rifa de un ADN bueno o malo –salud y belleza o asimetría y enfermedades congénitas, propensión a las adicciones...–; ganamos o perdemos en el sorteo de la clase social que nos ve nacer; somos afortunados o desgraciados a causa de la tómbola del tiempo, que nos hace vivir en la Francia del Terror o en la América próspera de los años 50... Los seres humanos dependemos mucho del azar, pero con los materiales que la fortuna pone por chiripa a nuestra disposición podemos construir una familia, amistades y relaciones personales, una pequeña sociedad propia, un entorno personal tranquilo y juicioso que sirva de guarnición a una vida buena, larga y provechosa, o bien derrochar la herencia recibida por la suerte hasta convertirla en algo tóxico para el planeta. Nuestra sociedad posindustrial, de masas, en un mundo superpoblado y, por lo tanto, cada día más contaminado, está siendo el escenario perfecto para el envilecimiento de la especie. Durante la Guerra Fría, Occidente hacía predicciones futuristas y creía que, a estas alturas del siglo XXI, viviríamos en la Luna, todos uniformados por Gaultier. Sin embargo, seguimos pisando barro, transcurren nuestros días intentando ajusticiar a «supuestos» golfos: Bárcenas, los de los ERE de Andalucía y la Gürtell... Por mi parte, yo lamento que no me «haya tocado» vivir en una época más decorosa en la cual la sociedad no enseñase el «trasero moral», que decía Lichtenberg.