Alfonso Ussía
Irrellenable vacío
Difícil la elección para hoy. O escribo de la CUP o de un perro difunto. Me decanto por la segunda opción. Un año sin «Excalibur». El pasado miércoles, el matrimonio Limón, en compañía de doscientas personas se congregaron en la plaza de Callao para exigir justicia por el sacrificio innnecesario del pobre «Excalibur», que fue sacrificado cuando su dueña, Teresa Romero de Limón, fue contagiada por el virus Ébola. Contagiada, entre otros motivos, por incumplir los protocolos sanitarios como ella misma reconoció.
Los misioneros españoles Miguel Pajares y Manuel García Viejo también se contagiaron. Y fueron repatriados a España, ya sin esperanzas, gracias al esfuerzo y al arrojo del equipo sanitario del Ejército del Aire que fletó un avión-hospital para traerlos a morir a España. Fueron muy criticados por determinados sectores populistas y retroprogres por aquello del gasto innecesario. Teresa Romero, auxiliar de enfermería, sintió los primeros síntomas de la enfermedad y retrasó unos días su ingreso en el hospital. Aquellas horas de temor y de duda las compartió con su perro «Excalibur», y de ahí la decisión administrativa de sacrificar a quien podía ser un agente de transmisión de la enfermedad. Decisión, que acertada o precipitada, entraba dentro de la lógica.
Teresa luchó y ganó. Fue una paciente valiente en manos de un extraordinario equipo de médicos y sanitarios del Hospital Carlos III de Madrid. A Dios gracias –con la inestimable colaboración de los médicos y la resistencia de Teresa Romero–, la auxiliar sanitaria venció al ébola, y la denostada Sanidad Pública de la Comunidad de Madrid fue tenida por ejemplar en todo el mundo. Los misioneros fueron enterrados y olvidados por la ciudadanía. A «Excalibur», el perro de los Limón, se le celebran los aniversarios y su muerte es llorada y recordada con honda tristeza. Me parece muy bien, siempre que la tristeza no se convierta en una lástima politizada y manipulada por PACMA, el partido animalista convocante de la cosa.
Por las fotografías se advierte, y mucho lo celebro, que Teresa Romero está totalmente recuperada. Ha hermoseado, y su esposo, el señor Limón, sonriente y feliz, ha adquirido una nueva mascota. Le recomiendo un nombre monosilábico. Los perros atienden mejor la llamada, igual para la caricia que para la amonestación, si su nombre responde a la brevedad. No con ánimo de abrir heridas, séame reconocido que llamar «Excalibur» a un perro es harto azaroso y complicado. Una señora muy cursi, y cuya identidad omito por su bien, antigua veraneante en San Sebastián, llamó a su perra, una «teckel» muy escandalosa, «Aurorita Boreal». Y cada vez que llamaba a la perra, ésta hacía caso omiso de la voz de su dueña, principalmente por la vergüenza que sentía cuando oía su nombre. Entre los perros se entienden y se hablan, y cuando el resto de sus semejantes se aliviaban en los jardines de Ondarreta y oían que llamaban a «Aurorita Boreal», el pitorreo canino alcanzaba cotas insuperables. También he conocido a un «pointer» llamado «Telefunken», y a un galgo afgano cuyo nombre respondía a «Caprice de Dieu». «Caprice de Dieu» pertenecía a la mujer de un nuevo rico que se vestía muy de verde en las monterías, y a una de ellas se llevó al puesto al galgo afgano, que sujeto por la correa al tronco de una encina, fue brutalmente acuchillado por un cochino arocho y falleció en plena serranía.
España, o al menos, doscientos españoles, no olvidan a «Excalibur», y me apresuro a felicitarlos por su honda sensibilidad. Y de los misioneros heroicos que se acuerden otros, que para eso eran misioneros, que nadie les obligó a ofrecer y entregar su vida por los desesperanzados del África negra.
Eso sí, lo del pobre «Excalibur»...
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