Alfonso Ussía

Isla de decencia

Asistí el pasado sábado a la Jura de Bandera de personal civil celebrada en el Palacio de Buenavista, Cuartel General del Ejército. Dos centenares de españoles besaron la Bandera de todos ante un batallón del Regimiento Inmemorial del Rey. En el centro de Madrid, una isla de decencia, patriotismo, servicio, heroísmo y ejemplo. Presidió el acto, por última vez, el Segundo Jefe del Estado Mayor del Ejército, el teniente general Jesús Carlos Fernández Asensio, uno de esos generales cuyo paso a la reserva no desea ni celebra ningún militar. Artillero, inmediato a sus subordinados, siempre positivo, respetuoso sin establecer diferencias, con toda la milicia a sus espaldas y una inteligencia privilegiada. Cuarenta y cinco años al servicio de España y de los españoles, incluidos los españoles que no quieren serlo y los que recelan desde su abominable sectarismo de la decencia pública y activa que caracteriza a los militares. Después de cuarenta y cinco años de cumplimiento del deber, de compromiso con España, de sacrificios y riesgos, de estancias prolongadas en misiones de guerra y de conflicto, y de una vida entregada al amor de una Patria que no siempre les corresponde, el general Carlos Asensio, como tantos otros hombres de uniforme, resigna su responsabilidad y se va a su casa, sin una nube en su pasado, sin una mancha en su historial y sin un euro en el bolsillo.

Pensaba en todo esto mientras las Banderas, las formaciones y el público que abarrotaba el patio central del Palacio de Buenavista recibían emocionados al general en su llegada. La Jura, el homenaje a los caídos, los versos capados por la tijera ridícula en tiempos de José Bono como ministro de Defensa, la emoción suprema del Toque de Oración, las palabras del coronel del Inmemorial del Rey, el desfile y el concierto. Cuarenta y cinco años de servicio, de deberes cumplidos, de honestidades asumidas, y ahí termina todo, aunque la vida se mantenga. Una mayoría alarmante de los políticos y ejecutivos de empresas públicas y privadas celebran sus jubilaciones con indemnizaciones, cargos y compensaciones de millones de euros. Algunos de ellos de millones de euros de sus carteras ministeriales, ayuntamientos o empresas arruinadas por ellos mismos. Los militares se van con lo puesto después de haber hecho por España todo lo que los demás hicieron en su propio beneficio.

Mientras todo ocurría, sentía la emoción del general Asensio, firme por última vez sobre el podio de la máxima autoridad. Por su cabeza pasaban, sin lugar dudas, las imágenes de su vida. De la Academia de Segovia, que está de aniversario de dos siglos y medio, de sus compañeros caídos y ya escapados de la vida, de sus empleos y sus destinos, de sus misiones de riesgo, defendiendo en primera línea a los que disfrutan con su desprecio y su buena vida los sacrificios de los hombres de armas. Mientras todo ocurría, a un centenar de metros, en el abrazo de Alcalá con la Gran Vía, se oían los gritos de unos manifestantes que se sentían estafados por los poderosos, o de unos sindicalistas que insisten en no ver a sus dirigentes como responsables directos de sus desdichas. En la isla de decencia, se oía el Sitio de Zaragoza, el Soldadito Español y las Corsarias. Un gran general se despedía.

Buenos vientos, Carlos. Tengo el honor de ser tu amigo. Que todo lo que has hecho por España te ayude de ahora en adelante. Tu fuerza y simpatía arrolladoras te acompañarán siempre. Que el sol brille templado sobre tu descanso y que los españoles de bien agradezcan tu trabajo y honestidad. Buenos vientos, «Chino», mi general.