Inseguridad ciudadana

Jabalíes

La Razón
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No se oyó ladrar por la noche a los perros de la urbanización. Sólo el rumor acostumbrado e intermitente de los coches en la carretera y el ruido monótono de los trenes en la lejanía alteraron la serena noche de otoño. Ni un grito, ni la voz de alerta de un vecino, ni la sirena del coche patrulla de la policía municipal. Nada. Y, sin embargo, cuando amaneció Dios todos comprobamos el destrozo. Amplias zonas del cuidado césped aparecían levantadas. Hasta los arriates de flores recién plantadas por los jardineros junto a la parada del autobús. Todo estaba hozado, labrado. En la tierra humedecida y recién abierta, si se observaba con detenimiento, quedaban inconfundibles huellas de pezuñas. No había duda. Una piara de jabalíes había llegado sigilosamente de madrugada en busca de comida hasta la misma puerta de los chalés. Era fácil imaginárselos irrumpiendo al trote cochinero desde el cercano monte de encinas y enseñoreándose, con su cortante colmillo, del territorio que un día, según reivindican con su presencia nocturna y alevosa, fue su hábitat. Dentro de poco, en noviembre, estos animales entrarán en celo, y el verraco se encargará de unas cuantas hembras, que disputará con fiereza después de revolcarse en el barrizal. Aunque no lo parezca, son animales sociables y capaces de recorrer por la noche diez o doce kilómetros en busca de alimento. Tienen buena boca y no le hacen asco a nada: bellotas, bayas, tronchos de berza, tubérculos, raíces, hongos, topillos, gusanos, insectos, frutas caídas, trozos de pan...Todo vale para llenar la andorga. Se les considera una de las especies más dañinas que existen en el mundo. Y no es la primera vez que invaden sigilosamente la urbanización. Está visto que los animales salvajes están perdiendo el miedo al hombre. Lo mismo que los políticos catalanes han perdido el miedo a la Justicia y campan por sus respetos. También estos políticos tienen pinta de depredadores: se comen hasta las páginas de la Constitución, en realidad es, por lo visto, su manjar favorito. Cualquier noche de éstas, si no hay quien lo remedie, pondrán patas arriba el florido jardín de la democracia en España. No hace falta mucha imaginación para figurarse a Junqueras y Puigdemont con ojillos bajos, colmillo y jeta de jabalíes. Menos mal que el Rey en persona, jugándose el tipo, se ha dado cuenta y ha salido al paso de la piara.