César Vidal
Jerusalén, Jerusalén... (I)
Siempre hay razones sobradas para regresar a Jerusalén. Evitaré los tópicos y me centraré en algo concreto. Hoy, mientras pasaba del barrio musulmán al judío, contemplé la evacuación de un colegio. Unas criaturas cogidas de la mano cuyas edades andarían en torno a los cinco o seis años se disponían a entrar en un refugio. La causa era un simulacro motivado por la amenaza de ser atacado con misiles que se cierne sobre Israel. El episodio, uno de centenares en Jerusalén, se inscribe en el marco de la operación Retaguardia firme 1 que durará cuatro días y que implica la participación de miles de soldados y efectivos de los servicios de emergencia, bajo la dirección del RAJEL, el organismo creado después de la Guerra del Líbano de 2006 para coordinar la defensa civil.
Las razones de la operación son obvias. Con una Siria desgarrada por la guerra civil, es más que posible que una organización terrorista como Hizbullah se apodere de una parte de su arsenal y lo utilice contra Israel. A fin de cuentas, el pasado noviembre, los palestinos dispararon desde Gaza mil quinientos misiles contra territorio israelí en tan sólo ocho días. Con anterioridad, en 2006, Hizbullah atacó la ciudad de Haifa y el norte de Israel con más de cuatro mil artefactos de este tipo. ¿Puede a alguien llamarle la atención que con semejantes vecinos que tanto agradan a nuestros progres locales –no hasta el punto de irse a vivir con ellos, todo hay que decirlo– desde 1995 todas las viviendas en Israel estén obligadas por ley a contar con un refugio blindado? No, a nadie le sorprenderá si recuerda que en 1991, Saddam Hussein, cuya caída tanto lamentó el sindicato de la ceja, lanzó contra Tel Aviv cuarenta misiles Scud. El estado de Israel nació de la suma de una serie de anhelos legítimos y milenarios. El primero, conseguir que los judíos pudieran regresar a su solar histórico; el segundo, que esos judíos vivieran en un estado propio; el tercero, que, gracias a ese estado libre e independiente, no pudiera repetirse una tragedia inenarrable como el Holocausto. Ejercicios como el que yo he contemplado esta mañana constituyen una prueba de que el Israel de hoy, la Jerusalén de hoy, capital legítima que tantas cancillerías se niegan a reconocer como tal, no volverán a sufrir ese drama. Los niños podrán entrar en refugios, pero jamás en cámaras de gas. Hoy más que nunca, «Am Yisrail Jai». El pueblo de Israel vive.
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