Ángela Vallvey

Juego de troníos

La Razón
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Ostentación y rumbo. Eso es tronío. Jactancia, vanagloria. Antaño se presumía de palmito, de ganar oposiciones, de traje de domingo, de hijos guapos... Lo que no había ocurrido hasta ahora, en esta España de jóvenes lechuzos, de teletarambanas con cabelleras rizadas en la peluquería, pero tan duras como cumbres de granito, es... que se pusiera de moda el «presumir de ignorancia». Pero ha ocurrido. El analfabetismo mola (¡que la Troika nos coja desapalancados!). Auténticos zaragateros juveniles, que están en boga, no se dignan utilizar la cabeza, educarse y cultivarse: les da más risa usar el trasero, pensar con él, darle coba a la masa fálica antes que a la encefálica. Y contarlo por «guasap» o hacerlo público en Twitter para, de paso, ligarse a una «tronista» de esas con mucha delantera dermoestética. La moral del nuevo retrógrado español es más laxa que un muro. De Facebook. En televisión triunfan unos post-machadianos calaveras de vacuo ayer y mañana huero, de músculos tallados con el cincel y la maza de la testosterona sintética, administrada en píldoras adquiridas en algunos gimnasios de barrio. ¿Cómo ha sucedido esto? ¿Desde cuándo el analfaburrismo, la sandez y el afán cernícalo son motivos para chulearse?

La tele ahora es una ventana a la sociedad real (cosa que nunca había sido), ofrece radiografías certeras, casi forenses, de la sociedad española. Antes del «share», la televisión brindaba una imagen casi educativa, idealizada, de España. Hoy, la democratización de los medios de comunicación ha hecho que desaparezca la excelencia: el telespectador no quiere eminencias presumidas. Adora al friki burritonto. Cuanto más bestia, más risible, produciendo así un fenómeno que se retroalimenta y genera «modelos» de conducta espeluznantes: cierta eterna juventud española que se hace, no «del pasado macizo de la raza» que decía, romántico, Machado, sino de la ineptitud más chanflona. O sea.