César Vidal

Juego de tronos

Durante semanas, hemos escuchado lacrimógenas justificaciones para un ataque militar contra Siria. La razón es el uso de gas realizado no sabemos por quién aunque sí hay constancia de que Gran Bretaña lo proporciona a los opositores del dictador Assad. Palabrería humanitaria aparte lo que tenemos delante es sólo un juego de tronos. Por parte de Francia –que mantiene una fuerte presencia neo-colonial en África– se trata del empeño por aparecer como una potencia de primera, como en 1918, cuando, en realidad, es de tercera. Por parte de Rusia, nos encontramos con el empeño de demostrar que no está dispuesta a verse cercada por unos Estados Unidos que no han cumplido los compromisos con ella en áreas como Kosovo o Ucrania y que están siendo más prudentes tras la intervención rusa en Abjasia hace un lustro. Por parte de Estados Unidos, está el deseo de convencer a todos de que sigue siendo la potencia de la zona tras episodios nada brillantes como Irak o Afganistán en los que demostró su incomparable potencia militar, pero una lamentable torpeza política. Lo de Francia, sinceramente, no tiene nombre y ya provocó una guerra en Libia sólo refrenada de pésimos resultados por la seguridad de las compañías petroleras. Lo de Estados Unidos es jugar con fuego porque la nación necesita imperiosamente regresar a lo que desearon los padres fundadores, una república democrática dedicada al comercio y la creación y no un imperio que actúa –aunque sea muy selectivamente– como gendarme del globo sin darse cuenta de lo que éste ha cambiado. Lo de Rusia, a pesar de los matices y las motivaciones, es lo más razonable. Precisamente porque, al final, los muertos interesan bastante poco a las cancillerías –véase si no lo que ha pasado en Sudán o Ruanda– y de lo que se trata es de hacer valer unos intereses, la propuesta de Putin de no atacar a Siria a cambio de la entrega de su arsenal químico podría salvar la cara de todos. Obama quedaría bien; tranquilizaría las conciencias de los que no creen que Assad utilizara el gas; calmaría a los norteamericanos que no desean otra acción militar –en el distrito donde me encuentro y entre los votantes demócratas son contrarios el noventa y cinco por ciento– mantendría a Francia en su sitio que debería ser el de no hacer peligrar el euro con su gasto incontrolado y no jugar a Tartarín de Tarascón y, por añadidura, evitaría nuevas y numerosas muertes. No es poco.