Alfonso Merlos

Justicia infinita

Nosotros, a lo nuestro. Pero no basta con predicarlo, hay que hacerlo. O pecan de ingenuos o están a por uvas los que entienden que a ETA hay que archivarla en los libros de Historia. Ahí está la amenaza, latente, presente, en forma de pistolas que no se devuelven, de explosivos que se siguen manipulando, de coches que se continúan robando, de matrículas que aún se doblan. Eso de entrada.

Y, claro que sí, es amenazante la presencia de verdugos –a uno u otro lado de los Pirineos– que se sienten liberados y reconfortados por ver cómo sus horribles delitos han prescrito, por sentir que nada ya les pasará a pesar de haberse manchado las manos de sangre para acabar con vidas humanas una y otra vez. Y que en un acto de exaltación, de humillación, de esa soberbia que sólo se gastan los mal nacidos, pretendan adornarse y recrearse en el recuerdo del dolor, la destrucción, la muerte y el sufrimiento que han generado a miles y miles de inocentes.

No hay mayor error, como ha señalado el ministro del Interior, que el de un Estado de Derecho que baja los brazos dando la batalla por acabada antes de tiempo, cuando hay tantas cosas por decidir. Ni el gobierno, ni el legislador ni los tribunales pueden perder un segundo en la persecución, procesamiento y condena del demasiado numeroso puñado de alimañas que están sueltas, escondidas, dispuestas en cualquier momento y lugar para el ataque; y, desde luego, indispuestas para pedir perdón a sus víctimas y colaborar con la Justicia.

Y esa justicia sólo puede tender al infinito, porque ése es el punto al que se acercan los estragos que ha conducido y consumado una partida de miserables. El ajuste de cuentas ni puede ni debe quedar incompleto. Ni va a quedar. Ahí estamos.