Julián Redondo

Keylor Navas

La Razón
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En Costa Rica le apodan «El Halcón». Vuela de poste a poste; ave rapaz que atrapa el balón, pero no almuerza con carroñeros. Keylor Navas, 28 años, metro ochenta y cinco, reza antes de jugar. Confesó a De la Morena, en «El Larguero», que al principio de llegar a España, cuando se hincaba de rodillas en su portería para orar, le pitaban... No renuncia a su fe y no la oculta. Tampoco sus sentimientos. Y hay que creerle cuando afirma que hasta el 31 de agosto no supo que la llegada de David de Gea al Real Madrid implicaba su salida inmediata del club. Lo supo esa tarde, que pasó en un aeropuerto pendiente de los acontecimientos, vaivenes insufribles, y del teléfono.

Operación truncada. De Gea permanece en Mánchester en contra de su voluntad y Navas vive en Madrid, donde quería. Y es titular indiscutible. No ha encajado ni un gol en cinco partidos oficiales. Es feliz. El público le admira y en cada encuentro en el Bernabéu le demuestra un cariño necesario. Keylor agradece la generosidad del respetable porque aquel 31 de agosto vivió uno de los peores momentos de su vida. Superado el trance, lloró junto a su esposa. Se desahogaron. Ni todo el oro del Manchester United les servía de consuelo. Pero no estuvo solo.

Rafa Benítez, que jamás se pronunció a favor (ni en contra) del fichaje de David de Gea, que depositó su confianza en Keylor y le dijo que era su portero mientras en los despachos jugaban a dios, se fue a cenar con el guardameta, quizá para tranquilizarle, posiblemente para acompañarle y hacerle ver que era su aliado, que lo seguiría siendo hasta que fuerzas que ellos no controlan decidieran separarlos.

Keylor Navas no se quería ir del Madrid; pero le empujaban. Evitó el «change» la mala voluntad o la impericia de esos negociadores de ídolos, objetos de compraventa, de cambios; preciadas, admiradas, veneradas y carísimas mercancías, e incluso futbolistas.