Cristina López Schlichting
La aldea gala
No todos los fenómenos políticos son complejos. El Brexit, sin ir más lejos, es el mero triunfo del egoísmo. El nacionalismo como respuesta al riesgo y la apertura. La vida es ese itinerario azaroso en que se lucha para evitar dos cosas igual de nocivas, lo peor y lo mejor. Porque lo mejor es a menudo enemigo de lo bueno. Y el Brexit es ese estúpido triunfo de «lo mejor», entendido como un paraíso británico puro, sin inmigrantes, sufrimiento económico ni molesta solidaridad europea y que presenta una sola dificultad: no existe. Los paraísos, con tetas o sin ellas, no se dan en la tierra. Han vuelto los años treinta, el tiempo de los vendedores de milagros. Los occidentales, aquejados de crisis y frustración y rabia (eso tan humano con que reaccionamos al dolor), están dispuestos a comprar el remedio que sea al curandero tahúr. Y hay dos recetas infalibles para engañar a los hombres atemorizados, prometerles fantasías y culpar a otros de sus males. «Bruselas nos roba» es un leitmotiv que se extiende como un cáncer, a veces cambiando «Bruselas» por «Madrid», «Londres» o «Roma» (si los acreedores son, por ejemplo, catalanes, escoceses o lombardos). Los populismos se disputan la máxima. La ultraderecha de Pegida o AFD vocea que el islam no cabe en Europa o que Alemania tira su dinero en Grecia. Desde París lo dice Marie Le Pen. En Atenas lo proclama Tsipras. «Nos atenazan –repiten– nos exigen, nos mandan», es un discurso eficaz y que hasta Donald Trump utiliza para vindicar el proteccionismo y el cierre de las fronteras. Ni Europa ni el mundo son terrenos fáciles. La aldea global, con sus enormes trasvases de población y dineros, su pavoroso flujo de problemas (desde epidemias hasta transgénicos) constituye un desafío que atemoriza. Pero no existe ninguna pequeña aldea de galos donde travestirse de Asterix u Obélix. Es mentira que se puedan rescatar la Gran Bretaña blanca del té de las cinco, la Alemania aria y pueblerina o la España anarquista de los cantones libres, donde todo el mundo tenga un sueldo del Estado. Allí fuera avanzan gigantes como China e India, y ellos no tienen miedo, o lo disimulan. Así que más vale no recular. Y, en la duda, siempre es preferible abrirse que cerrarse, tender los brazos que levantar muros, mezclarse que apartarse, cooperar que aislarse, arriesgarse que acochinarse. Desconfíen de las soluciones fáciles, las novedades fantasmagóricas, las perfectas soluciones que a nadie más se le habían ocurrido. Eviten a los que menosprecien a los demás y se definan mejores. Eliminen el rencor como motor político y personal. Ni Europa es el enemigo, ni Estados Unidos, ni el mundo. La policía suele explicar que el criminal suele ser uno de casa. Los británicos (la mitad de ellos) han hecho oídos a los vecinos que repetían: «Mirad los baches de vuestra calle... mientras la Unión Europea paga nuevos puentes en Grecia ¿hay derecho?». Pues sí, hay derecho, porque hoy la aldea es el globo y los puentes unen continentes.
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