Iñaki Zaragüeta
«La Anselma», un espectáculo
Me siento un tanto liberado al no escribir de Cataluña, máxime al aparecer algo inédito en mi vida. Conocido y reconocido por medio mundo y totalmente ignorado por mí. Ese lujoso antro en pleno corazón de Triana. Decadente y sabrosón. Liberal y disciplinado. Todo al mismo tiempo.
Me refiero a «La Anselma», una dama del siglo XIX y del XXI, entre sesenta y 125 años. Joven y autoritaria. Con gracia innata, exclusiva de esa Sevilla maravillosa en cualquier día del año, donde el champán se conoce como «mochandón», con la «ch» que sólo ellos saben pronunciar, y donde el tiempo es una oportunidad para pasarlo.
¡Qué personaje! Ella lo es todo. Recibe o rechaza. Vigía para beber y cobrar. Obliga y concede. La que niega servir espumoso francés –«eso es bebida de putas», dice sin mover un músculo de su rostro–. Ella es experiencia. Una vida intensa asoma a chorros de sus relatos, cual el Séneca de Pemán.
Sí, sí. Uno se queda absorto cuando pormenorizadamente narra todas las vicisitudes de su árbol genealógico desde su tartarabuela María (Mariana) Pineda. Un relato en el que cada fecha cuadra con la Historia y por el que desfilan personajes de aquella época hasta nuestros días. Sin un gesto, ni una palabra más alta que la otra. Sin que nadie ose interrumpir. Seductora donde las haya.
En fin, un lugar en el que ella es el personaje, el espectáculo. Sin ella, la nada. Atrevida, manda, canta y calla cuando le viene en gana. Los demás, entretenidos, alegres y sobre todo temerosos de caerle en desgracia. Anselma, como MacArthur, «volveré». Si me dejas entrar, claro. Así es la vida.
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