César Vidal

La bandera cubana

En ocasiones, en España suceden episodios que obligan a llorar por la ausencia de un Valle Inclán que retrate adecuadamente su carácter innegablemente esperpéntico. Uno de esos casos se dio el pasado fin de semana cuando algunos de los manifestantes que destruían mobiliario urbano y atacaban a las fuerzas del orden se pusieron a enarbolar la bandera de Cuba. Originalmente, el pabellón cubano no pasó de ser un diseño de masones. El mismo José Martí fue iniciado en la masonería, en la Logia Armonía 52 de Madrid, una ciudad en la que vivió desde febrero de 1871 hasta mayo de 1873. Fueron los también masones Narciso López y Teurbe Tolón los que diseñaron la nueva bandera. Para el color rojo, López sugirió el triángulo equilátero como símbolo del poder que asiste al Gran Arquitecto y de «libertad, igualdad y fraternidad». La estrella de cinco puntas era una referencia a las virtudes del maestro masón (fuerza, belleza, sabiduría, virtud y caridad) e igualmente se representaron los tres números simbólicos: el tres de las franjas azules, el cinco de la totalidad de las franjas y el siete, resultado de sumar a las franjas el triángulo y la estrella. Obsérvese la estelada de los independentistas catalanes y se percibirá el parecido porque la Esquerra, históricamente, siempre ha sido un partido masónico. Las gentes de la Esquerra no han copiado la bandera de la isla caribeña. Simplemente, el punto de arranque es el mismo. Ignorantes de su simbología, durante años, muchos españoles contemplaron la bandera cubana como señal de que habían llegado a una parte del globo donde satisfacer el hambre que traían de su terruño. Así fue hasta finales de los cincuenta, cuando la revolución castrista acabó con la llegada de inmigrantes de la Madre patria por la sencilla razón de que ni los propios cubanos lograban llenar mínimamente la andorga. Por todo ello, resulta trágicamente ridículo el que se haya utilizado la bandera cubana como estandarte. O quizá, bien mirado, no lo fuera tanto. En una ocasión en que la se hablaba de columnas de Asturies, Catalunya y Galiza –hace falta ser cateto...– resulta tan obvio que la ideología aplasta de forma inmisericorde la verdad que todo cobra coherencia. ¿Qué mejor muestra puede haber de esperpento que pedir pan y bienestar ondeando la bandera de la nación donde una dictadura implacable arranca la libertad y mata de miseria a sus habitantes? Quizá sólo la de unos progres que viven de nuestros impuestos y alaban la asquerosa dictadura castrista.