M. Hernández Sánchez-Barba

La batalla de Cartagena de Indias

El artículo 7 del Tratado de Utrecht, que ponía fin a la Guerra de Sucesión española, establecía la imposición de ser «lícito a los súbditos del rey de Gran Bretaña el comercio con España y otras tierras o dominios del Rey Católico». Inmediatamente ello se materializó en el «navío de permiso», mediante una reglamentación pactada, que los británicos vulneraron, multiplicando sin el menor disimulo las naves mercantes que, en los puertos de mayor intensidad comercial, traficaban con toda clase de géneros comerciales, convertidos en «barcos sin fondo». La Corte de Madrid defendió su derecho a regular el tráfico en los puertos del Caribe mediante un servicio de vigilancia marítima, por cuenta casi siempre de comerciantes particulares. Ésta es la «avería indiana», sobre la cual investigó inteligentemente Guillermo Céspedes del Castillo. Inevitablemente, originó frecuentes encuentros, de modo particular en la década de los años treinta; en 1738, en una fiscalización rutinaria, un oficial español cortó una oreja a un capitán inglés llamado Jenkins y se la entregó, encargándole, según parece: «Llévasela a tu rey y dile que si él estuviese aquí le haría lo mismo». El cumplimiento del encargo desató en Inglaterra la mayor oleada de indignación, que condujo al estallido de la guerra, conocida popularmente como de la «Oreja de Jenkins»; en lo político, «guerra del Asiento» y, en lo diplomático, «guerra de Sucesión de Austria», campaña (1739-1748) de gran amplitud en el teatro de operaciones y en los planes tácticos de ambas partes contendientes.

El Almirantazgo británico definió, tomando como centro de operaciones la isla de Jamaica, conquistada en una gigantesca operación naval por Oliver Cromwell en el siglo XVII, tres acciones de guerra coordinadas estratégicamente: la península de Florida; el istmo definido por la línea Portobello-Panamá y, de modo preeminente la plaza fuerte y puerto de Cartagena de Indias, según ha estudiado J. Albi en «La defensa de las Indias» (Madrid, 1987). Para ello prepararon tres flotas, con un total de ciento veinte barcos de combate y transporte y unos nueve mil hombres, encuadrados en siete regimientos de infantería de marina, bajo la dirección del almirante William Vernon. Mientras al mando de una armada menor el almirante Anson atacaría Panamá por el Pacífico, Vernon operaba en el istmo, conquistaba Portobello y se dirigía al objetivo principal, que era Cartagena de Indias, descrita por Enrique Marco Dorta. La acción más fuerte fue la del Caribe; Vernon instaló su cuartel general en Kingston (Jamaica), en 1739, donde arribó con la primera y más potente expedición británica. Sobre la batalla, Juan Manuel Zapatero y López-Anaya, especialista en fortificaciones españolas en el Caribe, escribió un artículo monográfico titulado «La heroica defensa de Cartagena de Indias ante el almirante inglés Vernon en 1741» (Revista de Historia Militar, Madrid, nº 1, 1957).

La proporción entre fuerzas atacantes y defensoras es de 10 a 1. La supremacía jerárquica de defensa la ostentaron el virrey del Nuevo Reino de Granada, Sebastián de Eslava –cuya resistencia en el castillo de San Luis fue decisiva para el resultado final– y el marino Blas de Lezo, al mando de seis unidades de combate. La población de Cartagena, mayoritariamente constituida por hacendados y comerciantes, se sumó a la decisión militar: resistir a toda costa el ataque inglés, dirigido a conseguir una convergencia desde el río Sinú, en el extremo de la bahía del eje de ataque de La Boquilla; a dominar el cerro de la Popa y desde allí a dominar el castillo de San Felipe y con ello la ciudad, mientras un grupo de navíos presionaba por Bocachica para reducir la resistencia del fuerte San Luis y apoderarse de Tierra Bomba. Mientras se llevaban a cabo tales operaciones, el grueso de la escuadra debía bombardear las murallas hasta conseguir la rendición. Pero ésta no se produjo. La batalla comenzó el 13 de marzo y se prolongó hasta el 20 de mayo. Bocachica y el castillo de San Luis fueron principales focos de resistencia, que forzaron la retirada de Vernon con grandes bajas. Felipe V recompensó a la guarnición: el virrey Eslava ascendió a capitán general de los Reales Ejércitos; Desneaux, a brigadier; y al heroico Blas de Lezo, fallecido meses después a causa de las gravísimas heridas recibidas, le concedió el título de Marqués de Ovieco –Colombia le considera uno de sus héroes nacionales–. La atención del rey Felipe V respecto a la recuperación por el Ejército de los valores y la moral de victoria para defensa y seguridad de la nación se cumple también en Cartagena de Indias, como puso de manifiesto el historiador militar Antonio Manzano en su magnífico libro «El Ejército que vuelve a ganar batallas» (Madrid, 2011), editado por el prestigioso grupo de Atenea, que tanto hace sobre importantes temas de seguridad y defensa.