Alfonso Merlos
La boina, al ataque
Se la han vuelto a poner. No hay nada que más entusiasme a los nacionalistas –en su estrechez de miras y su flojera intelectual– que calarse hasta las orejas esa gorra chata, sin visera, generalmente de lana llamada boina. Les fascina presentarse como inconscientes y catetos ante el tribunal de la opinión pública porque lo importante es provocar, agredir a España. Eso es lo suyo.
Sólo así se entiende la acción irresponsable y macarra de los señoritos de CiU en Sitges, o decisiones como las que está tomando día sí y día también el Ayuntamiento de Barcelona con el innegociable objetivo de ignorar, menoscabar y ultrajar los símbolos nacionales. Pero no pidamos peras al olmo. ¿Qué esperar de un regidor con tan altas responsabilidades como el señor Trias que, como un niño engañado, espera con cosquillitas en la barriga sumarse a la cadena humana por la independencia? No le demos más vueltas. Ya un tipo bastante despierto y sagaz apellidado Einstein detectó que el nacionalismo es una suerte de enfermedad infantil, un sarampión que afecta a los pueblos y los debilita y los atonta. Y lamentablemente en Cataluña no es que estemos ante una nueva ofensiva de quienes lo confían todo a la deslealtad, a la división y a la insolidaridad.
Estos desvergonzados, azotados en no pocas ocasiones más por su ignorancia que por su mala fe, han entrado en bucle y no cesarán en su escalada de agresiones hasta que no suelten todo el veneno. Hoy tocará el nombre de una plaza o el de una calle, mañana, un monumento, pasado, una fiesta. Son españoles, lo saben, pero viven en su mentira. Por algo Ortega y Gasset definió a estos pájaros como gente con un insaciable hambre de poder sólo templada por el autoengaño.
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