Julián Redondo
La charanga
Moho en las junturas de los pentacampeones de la Davis, pasado espléndido, presente decrépito, ridículo estrepitoso. El equipo español acusa las ausencias. Sin identidad, ruinoso, hecho unos zorros, pese a la voluntad de los comparecientes –los menos culpables, aunque firmen las derrotas– suena a charanga. Prosigue la caída libre. La llamada del capitán Moyá fue un compromiso resuelto con un desaire, de ahí el batacazo en Sao Paulo. El reclamo de la capitana Martínez, bien recibido después de una vergonzosa batalla doméstica que acabó como el Rosario de la Aurora con la capitana León, ha desembocado en un desastre inesperado, porque aunque en el deporte todo es posible, competir contra tenistas que no están ni entre los 150 primeros de la ATP no provoca pesadillas, a priori. A posteriori, la realidad es desoladora: de los barros brasileños a los lodos de Vladivostok, un paso; del ilusionante 0-2 al determinante 3-2, 48 horas.Tarpischev cambió de planes sobre la marcha, sentó a Khachanov y optó por el doblista Donskoy para luchar contra Robredo. Tal y como discurrió el partido, parecía que pilló a Tomy descolocado y que, por su rendimiento, fue él quien jugó el dobles del sábado. Principio del cataclismo. Con el empate a dos la responsabilidad de alcanzar el bote salvavidas recayó en Andújar, otra vez, como hace un año. No soportó la presión y sucumbió ante Rublev, un chaval de 17 años valiente y descarado. En Vladivostok, con un público ejemplar, no fue necesaria la intervención del general invierno ni de las hordas del Ejército Rojo para tumbar al tenis español con un par de sopapos. Como si los pajaritos dispararan a las escopetas, con una facilidad escalofriante, el 178º del mundo se deshizo en cuatro sets del 21º y el 194º dejó «KO» al 32º en tres. Andújar lo dio todo, como en Brasil frente a Bellucci, y volvió a caer; pero perdió porque asumió el compromiso de jugar y estaba ahí. No es el responsable.
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