Angel del Río
La Corte de los milagros
Madrid, la Corte de los milagros. Y así se certificó el pasado martes, Día de los Difuntos, con el aire de la ciudad ahogándose en dióxido de nitrógeno, en la UVI y a las puertas de aplicarle un tratamiento de choque: prohibir al día siguiente la circulación de los vehículos con matrículas impares, como un remedio desesperado para recuperar la salud respiratoria. Y antes de la medianoche, el milagro: persistía el anticiclón, no llovía, ni soplaba viento, volvían a Madrid los madrileños y sus coches tras el largo puente, y, a pesar de todo, ¡bajaron los niveles de contaminación!, hasta el punto de quedar derogadas todas las restricciones habidas y las previstas para el día siguiente. Madrid se libraba por los pelos de lo que hubiera sido un grave problema de movilidad, porque, a la hora en la que aún se mantenían las medidas previstas para el miércoles, el Ayuntamiento no tenía un plan claro y concreto de reforzamiento del transporte público, por lo menos no se lo había comunicado a la Comunidad, que es la que tiene las competencias del Metro, principal alternativa al coche privado.
Esto es preocupante, porque visto el nivel de exigencia que se ha puesto el protocolo anticontaminación, la temporada otoño-invierno puede estar marcada por episodios de contaminación alta, que obliguen a tomar medidas drásticas para la circulación y, si no hay planes preventivos de reforzamiento del transporte público, estamos abocados al caos.
El Gobierno de Carmena tiene muchos frentes abiertos, y entre ellos están los del tráfico y el medio ambiente. Como ya ocurrió con otros partidos, Ahora Madrid no se atrevió a incluir en su programa electoral medidas contundentes, como la de cerrar al tráfico privado el centro de la ciudad, quizá porque no era políticamente correcto. Pero lo lleva en los genes de sus intenciones, y lo va a hacer progresivamente. Comienza la guerra abierta contra el vehículo privado (¿desaparecerá entonces el impuesto municipal de circulación?). Se quiere matar dos pájaros de un tiro: los atascos y la contaminación. Y es que, muerto el coche privado, se acabó la rabia.
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