Restringido
La cortesía mal entendida
Uno de los asuntos que más han conmocionado a la sociedad española en los últimos años ha sido la carrera independentista que ha emprendido el nacionalismo catalán y sus consecuencias. En numerosas intervenciones, tribunas, entrevistas y artículos, los socialistas hemos intentado definir claramente cuál es nuestra posición respecto a la organización territorial del Estado. Nos hemos situado enfrente de los nacionalismos, tanto del separatista como del centralista, y hemos apostado desde la unidad del Estado por una España grande, de las cuatro lenguas, ancha y rica culturalmente.
El nacionalismo es un enemigo ideológico del socialismo democrático y hemos empeñado nuestro esfuerzo en definir nuestras ideas penetrando en el detalle y en el matiz, evitando los reduccionismos simplistas que situaban el debate entre la uniformidad del país y los movimientos centrífugos y separatistas. En muchas ocasiones no hemos sido entendidos, porque cuando todo se crispa, se polarizan las posiciones y se achica el espacio de la cordura y del diálogo sosegado basado en razones y argumentos.
Quizá no hemos sido comprendidos plenamente porque nuestra idea necesitaba más explicación que un mero eslogan, porque las ideas complejas no se pueden llevar a un spot publicitario sin que pierdan sustantividad.
Hemos criticado duramente a los exconvergentes, capitaneados por Artur Mas, inmersos en un partido afectado por la corrupción y en la locura independentista, a ERC, que vive la eterna contradicción de definirse republicanos y ser, al tiempo, separatistas, conceptos políticos incompatibles, y a los antisistemas de la CUP, último reducto del anarquismo catalán, que han mostrado como 3.000 personas pueden poner en jaque a varios millones.
Estoy absoluta y radicalmente convencido de que la cesión de dos senadores a los convergentes y otros dos a ERC no tiene relación con una hipotética política de acuerdos que tenga como objetivo sumar apoyos para lograr la investidura de un socialista en el Congreso, pero es un error que nos va a dañar. En ese sentido, el PSOE comunicó a la sociedad española su política de acuerdos con otros partidos. Así se prohibía cualquier pacto con Podemos, en tanto mantuviese su compromiso de convocatoria de referéndum de autodeterminación en Cataluña y, evidentemente, queda descartado cualquier entendimiento con el nacionalismo separatista.
La explicaciones que se han transmitido a la sociedad son dos: la primera, que es una cortesía parlamentaria habitual y, la segunda, que es mejor que participen en las instituciones aquellos que quieren romper con España para, de esta manera, intentar que el diálogo no se pierda del todo. Sin embargo, ninguna es aceptable.
La Real Academia Española de la Lengua define cortesía como «una demostración o acto con el que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona». También como «regalo» y, en otra de sus acepciones, como «gracia o merced». Sin duda, el respeto en este caso no se puede expresar mediante una dádiva semejante.
En lo que respecta a la segunda de las explicaciones, cabe decir que los 8 senadores de Democràcia i Llibertat y otros tantos de ERC podrían haber formado grupo propio sumando sus parlamentarios, tal como han hecho con la candidatura ganadora en las elecciones catalanas de septiembre.
De esta manera, el diálogo sería posible y no dispondrían de doble tiempo de intervenciones e iniciativas y número de recursos económicos del Estado español, a los que ahora sí tendrán derecho.
No es muy entendible que pudiendo formar grupo por sí mismos, haya que ayudarles prestándoles los votos de ciudadanos que confiaron en el proyecto del PSOE, claramente anti-independentista. A muchos socialistas nos preocupa que tanto esfuerzo por explicar la idea federal, por dar cordura y luz a un debate difícil por la simplificación interesada, sea poco eficaz por decisiones equivocadas. No es aceptable para los socialistas llegar a La Moncloa gracias a los votos nacionalistas, ni tampoco gracias a la pasividad de estos. Por otra parte, sería llegar sin ninguna capacidad para gobernar, ni para asumir, por tanto, la solución a los graves problemas que tiene el país, ni que decir tiene que el daño para el propio PSOE sería gravísimo.
Durante el siglo XX, el nacionalismo ha hecho más daño a la izquierda política y a la socialdemocracia, en concreto, que ninguna otra idea política. Desde luego que no puede ser gracias a la socialdemocracia que el soberanismo defienda la independencia de Cataluña en las instituciones que, al mismo tiempo, desprecia.
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