César Vidal

La «débacle»

Es ciertamente curiosa la manera en que las palabras penetran en un idioma y allí quedan afincadas. Así, cuando Emilio Zola decidió narrar el terrible impacto que significó para Francia la espantosa derrota en la guerra contra Prusia utilizó el término «débacle». La traducción más correcta seguramente sería «diluvio» o «desastre», pero acabó pasando al español como símbolo de la calamidad más absoluta. Sin ningún género de exageración, «débacle» es la palabra más adecuada para describir el efecto que sobre Cataluña y la inmensa mayoría de sus habitantes tendría un proceso independentista. No se trata sólo de que, como ha señalado Durao Barroso, esa Cataluña tendría que colocarse a la cola a la espera de poder entrar en la UE. Por añadidura, la simple salida de España se traduciría de manera inmediata en una caída del PIB de Cataluña situada en torno al diecinueve por ciento. Recuérdese que en España la caída del PIB es ahora muy inferior a dos puntos y estamos como estamos y piénsese en lo que significaría un desplome más de diez veces superior. Las razones son obvias. El escaso tejido empresarial que aún puede denominarse catalán tendría que salir de Cataluña – como muy gallarda y apenadamente señaló José Manuel Lara hace tan sólo unas semanas– con resultados pavorosos. La misma Caixa –uno de los puntales del sistema crediticio español– tendría que plantearse si prefería convertirse en el nuevo banco nacional catalán o si, por el contrario, optaba por salvar el setenta por ciento de su negocio afincado en el resto de España. Para remate, la nueva nación – porque, tras la independencia, sí lo sería– habría de asumir gastos imposibles de costear y que ahora pagamos todos los españoles. De esa manera, a la ruina se uniría una miseria que, muy posiblemente, los catalanes no han sufrido durante más de tres cuartos de siglo. No se me oculta que el actual proceso secesionista aparece impulsado en no escasa medida por el deseo de algunos dirigentes nacionalistas de evitar sentarse en el banquillo y, eventualmente, ir a la cárcel. Es comprensible su conducta, pero no cabe engañarse. A Cataluña y a los catalanes les interesa más que toda esa gente acabe entre rejas –aunque ingresen en prisión con barretina y envueltos en la señera– a que la región se suma en un marasmo que apenas recuerdan los viejos del lugar. En otras palabras, es más preferible que los delincuentes reciban su justo castigo a que los habitantes de Cataluña sufran la peor «débacle» de su Historia.