Francisco Marhuenda
¿La derecha es mala, muy mala?
Los dirigentes del PSOE manejan muy bien la propaganda. Desde la Transición hasta nuestros días han sido capaces de colocar sus mensajes aunque fueran inconsistentes o simplemente mentiras y gordas. Lo hacen sin ningún rubor, porque la verdad es algo irrelevante. En alguna ocasión lo he definido como la «Doctrina Gran Wyoming» porque refleja muy bien esa idea de que la derecha siempre es mala, muy mala, y la izquierda es buena, muy buena. Es un fiel reflejo de que ser «progre» vende bien. Rajoy ha tenido que soportar desde el primer minuto la campaña del PSOE y la inquina de una izquierda que considera que la derecha debe estar eternamente en la oposición. Lo hemos visto durante la crisis y lo estamos viendo ahora que ha comenzado la senda de la recuperación. Los periodistas de izquierdas minimizan los éxitos del Gobierno y despellejan a Rajoy con ataques desmedidos mientras escasean las críticas a un PSOE que ha sido y es un desastre. Uno de los valores más importantes de este duro periodo que ha vivido España ha sido la estabilidad en el Gobierno que ha permitido afrontar las reformas en la intensidad que necesitaba nuestra economía y que ha sido clave para resolver un desastre macroeconómico que nos llevaba a un inevitable colapso y a la intervención. Los seguidores de la «Doctrina Gran Wyoming», todos ellos instalados en la comodidad de unos ingresos saneados, predican con fervor exultante los tópicos habituales y otorgan los méritos a Merkel, Draghi y la situación de la zona euro mientras restan cualquier mérito a las decisiones de Rajoy. Nada más alejado de la realidad. Hay también una derecha acomplejada, tanto política como mediática, que necesita la aquiescencia de la izquierda y defiende a regañadientes el cambio de ciclo que se ha conseguido. Es cierto que la cifra de parados es preocupante, aunque siempre lo ha sido porque es uno de los problemas endémicos de nuestra economía, pero la realidad de la recuperación es tan evidente que tienen que acudir a subterfugios e interpretaciones voluntaristas. La economía española caminaba en 2011 con paso firme hacia el precipicio y sin resolver los problemas estructurales habría sido algo inevitable. Las reformas han sido duras e intensas, pero han dado resultados satisfactorios. Nadie tiene una varita mágica para crear los empleos que todos desearíamos y la concepción intervencionista del PSOE es desastrosa, como ha demostrado siempre que gobierna. Las administraciones tenían y tienen que reducir gastos, hay que bajar los impuestos y crear el marco para el crecimiento. Es cierto que en estos dos años se han tenido que hacer esfuerzos, pero el sistema ha funcionado y se ha luchado para impedir que las desigualdades fueran insalvables o definitivas. La situación no ha empeorado a los niveles que afirma la izquierda. España ha perdido desde la crisis un 25 por ciento de su PIB, entre el retroceso directo y lo que hubiéramos crecido a un ritmo moderado. A pesar de ello, los servicios públicos no se han resentido.
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