Alfonso Ussía
La dimisión
Nos lo revela Toni Bolaño en LA RAZÓN. A la vista de los desastrosos resultados electorales de CiU, Artur Mas dimitió. No le aceptaron la dimisión y siguió en el cargo. Españolísima actitud la del dirigente secesionista catalán. Recuerdo la dimisión de Joaquín Almunia, cuando fue derrotado ampliamente por la candidatura de José María Aznar. Dimitió sin consultárselo a nadie. Y se fue. Sabía el significado de la dimisión.
El que dimite, lo hace voluntariamente, sin estar a expensas de los demás. El que dimite de verdad, se cesa a sí mismo, y no hay vuelta de hoja. El que dimite y espera la reacción de los suyos, no pasa del gesto teatral. Estrategia del tramposo. Antoni Asunción dimitió también. Y María San Gil, después de dejarse la piel por el Partido Popular en las Vascongadas, harta de artimañas y deslealtades, dimitió. No esperó a que Rajoy se pusiera en contacto con ella. «María, no te acepto la dimisión». Nadie está capacitado ni autorizado para aceptar o no el abandono voluntario de una responsabilidad. Por otra parte, los que no aceptaron la dimisión de Mas fueron los subalternos de Mas, los que viven a costa de la confianza del presumiblemente dimitido. El cargo es el cargo y el euro es el euro, con «nació y Estat» o sin «nació ni Estat». La última, tajante e inesperada dimisión la protagonizó Esperanza Aguirre. Decidió, por las causas que fueran, que su dignidad le demandaba la dimisión, y se marchó a su casa. El gran maestro de las falsas dimisiones fue Julio Anguita. Lo hizo en una decena de ocasiones, pero nunca se las aceptaban.
Don Pedro Sainz Rodríguez, ministro de Educación del primer Gobierno de Franco, dimitió desde Portugal. Arrese lo hizo en España y le mandaron una pareja de la Guardia Civil. Siguió en su puesto hasta que el anterior Jefe del Estado consideró que había llegado el momento del cese. «En el camino de El Pardo/ han leventado una ermita/ con un letrero que dice:/ "Maricón el que dimita"».
Nixon no dimitió. Lo echaron. En las esquinas de la Política, los más severos con las dimisiones son los orientales, especialmente los japoneses. Dimiten a lo bestia. Es decir,lo anuncian, lo cumplen y se suicidan. El parecido entre Mas y un japonés es pura coincidencia. No reclamo su suicidio, sino el cumplimiento de su abandono voluntario ante un resultado estremecedor para sus intereses y sus promesas. Después del chupachús, Clinton consultó con Hillary, su mujer, la conveniencia de su dimisión. Engañosa maniobra. Fue ella la que le dijo que tararí que te vi, y Clinton cumplió íntegramente su mandato. Un auténtico dimisionario no consulta con nadie su decisión. De Gaulle no necesitó más de un minuto para abandonar el Poder. «No se puede gobernar sosegadamente un país que tiene más de quinientas clases de quesos».
Y los más divertidos en su ridículo respeto por el significado de la dimisión -más ridículo aún que en los políticos españoles-, son los italianos. Se leía en un gran titular. «Dimite el ministro Paolo Bassi como consecuencia del escándalo del Ministerio de Agricultura». Y dos días más tarde: «Paolo Bassi, nuevo ministro de Industria». Una dimisión discreta y calculada.
Se presentía que Durán Lleida no iba a mostrarse excesivamente amable y solidario con Mas después del fracaso. Se mantuvo en la coalición con Convergencia durante su frenética campaña independentista, y ahora dice que Unión Democrática de Cataluña no desea la independencia. Tampoco dimitirá, porque Durán, hombre muy inteligente, le ha tomado gusto a Madrid y al Congreso de los Diputados, con Ipad o sin Ipad, que ya se sabe como ruedan las cosas. En fin, que Mas dimitió y no le aceptaron la dimisión. Es decir, que hizo un paripé para quedar bien. Más que una dimisión, la de don Arturo fue una mentirosa chiquillada.
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