Restringido
La diosa Tetis, madre de Aquiles
Francisco J. Ayala, en una fresca publicación, «Tres preguntas clave sobre la evolución del hombre», nos recuerda que los seres humanos tenemos aproximadamente cien billones de células humanas y casi cien veces más de bacterias y células de otro tipo. Sin embargo, eso no significa que seamos poco o menos humanos, nuestro comportamiento es humano, porque es moral.
Darwin, en su libro «La descendencia humana», defendía que una especie de primate podría avanzar hasta alcanzar un estado similar al nuestro, entonces desarrollaría un comportamiento moral. Pero probablemente no tendría las mismas normas morales, porque éstas son el resultado de la evolución cultural y no de la evolución biológica.
Desde que nacemos nos educamos en compañía de otros, aprendemos y enseñamos, necesitamos protección y, al tiempo, que nos protejan. Ese ha sido el éxito de la especie humana. Las bacterias no han evolucionado, siguen siendo más o menos como hace 3.500 millones de años, el tiempo estimado que llevan en la Tierra. Nosotros llevamos bastante menos, en torno a cien mil años, y hemos cambiado enormemente. Nuestra enorme transformación hasta lo que hoy somos se debe a la evolución cultural, esa es nuestra ventaja y el mejor instrumento de supervivencia que tenemos frente a otras especies.
Luis Rojas Marcos, el prestigioso psiquiatra, defiende que la prueba concluyente de que el ser humano es bueno es precisamente que haya llegado hasta nuestros días, cuando lo más probable era no haber llegado. Si con todo el potencial de causar destrucción que tiene la sociedad hemos sobrevivido es porque las personas somos mayoritariamente buenas.
Parte de nuestro código moral está íntimamente ligado a un instinto natural de supervivencia, como huir de un peligro inminente o la protección de un hijo por parte de su madre. Cabe la duda de si una madre estaría dispuesta a matar por su hijo, de lo que hay certeza es que es mucho más fácil que esté dispuesta a morir por él.
Por eso, el caso de la madre de Badalona que promovió, animó y participó en la adhesión e integración de sus hijos gemelos de 16 años a una organización terrorista de corte yihadista, para desplazarse al conflicto sirio-iraquí, no ha dejado a nadie indiferente. Nos escandaliza cómo una patología del comportamiento rompe con toda racionalidad, o cómo pueden tener como modelo moral a su hermano muerto en el 2014, después de haberse incorporado a Harakat Sham al Islam, un grupo terrorista afín al Estado Islámico.
Steve Jobs, el fundador de Apple, en su famosa conferencia en Stanford, mientras narraba como le diagnosticaron cáncer de páncreas, reflexionó, con una racionalidad cargada también de instinto, que «nadie quiere morir. Ni siquiera la gente que quiere ir al cielo quiere morir para llegar a él».
El caso de Badalona es una ruptura con la racionalidad, pero también con todo instinto natural de protección, de amor y de ligazón de una madre hacia sus hijos.
La radicalización de la ideología acaba en fanatismo. Pero el fanatismo no es exclusivo de la religión, se puede producir también en política, incluso en un deporte. El integrismo yihadista esta mostrando lo peor de nuestra humanidad, orienta la fe religiosa hacia la destrucción, cuyo símbolo es la fotografía que hemos visto en los medios de comunicación estos días, de una niña en Siria de seis años con los brazos levantados ante una cámara de fotos que confunde con un arma.
Cuando el fanatismo reemplaza la fe o la política, se comporta como un virus que produce trastornos abominables escondidos detrás de una fachada religiosa o de otro tipo. Un virus con consecuencias impredecibles cuando se combina con otros factores de carácter económico, político e ideológico.
La diosa Tetis, hija de Nereo, ocultó a su hijo Aquiles en la corte de Licomedes, para que no fuera a la Guerra de Troya. Le escondió disfrazado de mujer, cosa vergonzante ante los demás guerreros, porque tuvo miedo de que se cumpliese la profecía que decía que su hijo tendría una vida cargada de triunfos y victorias épicas pero muy breve. Seguramente Tetis hubiese cambiado toda la gloria de este mundo y la del paraíso por la vida de su hijo.
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