Pedro Narváez

La edad de la violencia

Hace unos días anduvo David Lynch por Madrid con ese tupé blanco y espeso, que es como uno imagina su cerebro, capaz de engendrar monstruos que luego resultan de almíbar cuando el periódico se ensucia con crímenes reales como el de la niña Asunta que es, al cabo, lo que hay debajo de una oreja cortada en un idílico jardín donde crecen las rosas y no falta el agua. Todavía no sé quién cojones mató a Laura Palmer, el personaje emblemático de una sociedad podrida cuyos gusanos anidan en el fondo de la botella de las series de culto de ahora, como la celebrada «Breaking Bad», de la que por unirme con retraso he visto quince capítulos en una semana, con lo que he ganado sobrepeso de maldad y vicio por el lado oscuro mientras los libros se desmayan junto a la cama con ínfulas de enhebrar palabras que no darían para zurcir un tomate en un calcetín. «Los años asesinos» (editorial Los Libros del Olivo) la primera novela de Javier Ors, ha roto el desapego a ese mundo del lenguaje vacuo que va a su bola. El periodista retrata las hazañas de El Gato, un delincuente que vive en todos los márgenes, por eso ha sido imposible cazarlo hasta que su pluma lo ha emboscado con los guantes rellenos de rizos de mujer que diría Arthur Cravan, aquel boxeador que escribía o aquel escritor que se decía campeón de Europa. Y aunque parezca que en esta historia purificadora se cuenta una cosa en el fondo es otra, una catarsis en la que de alguna manera todos somos protagonistas aunque nos hayan traducido al lenguaje de Malasaña. Ahora que se llevan los plumillas estrella que no han pasado de ser jóvenes promesas a los que el tiempo ya diseña sus ataúdes, Ors podría, como Cravan, responderles: «Que venga aquel que dice ser parecido a mí, que le escupo en la jeta». Lean el libro para que se curen de espanto y de nostalgia. Quiere resucitarnos, aunque sólo sea como su personaje, «para meternos de hostias». Y lean también sus crónicas en LA RAZÓN.